martes, 23 de noviembre de 2010

Esperanza marchita

Esperanza desfigurada... cambios frustrados...

No tengo el placer ni el honor de conocer al Dr. Félix Ayala. Pero recojo las opiniones de muchos de sus colegas, de los profesionales que trabajan con él, de los pacientes que han sido beneficiados con su tarea médica o su función de administrar un hospital público. Y sumo a ello el nauseabundo tufo politiquero que envuelve su destitución como director del Hospital Nacional de Itauguá, y todo ello me lleva a pensar que la esperanza en un cambio real, en una mejor manera de administrar la cosa pública, la esperanza en un sistema de salud eficiente y profesional, se va marchitando sostenidamente.

Ya veo venir los vituperios de dogmáticos y arribistas, sempiternos protagonistas de la politiquería kele’e que tienen siempre listos sus comunicados “de apoyo” a los propios y “repudio” a los críticos, casi como un remedo infinito de aquellas épocas tiranosáuricas. No espero menos. Quiero recordar nada más que fui uno de los primeros en alabar públicamente la decisión de este Gobierno y de la ministra de Salud Pública de implementar la gratuidad en los servicios y provisión de medicamentos. Pero también advertí que dicha decisión no se sostendría en un simple voluntarismo ni debía responder a un espasmo populista, sino basarse en mecanismos eficaces y prácticas transparentes.

Todos los caminos conducen a Roma y en el caso de la destitución del Dr. Ayala, todas las evidencias confluyen en que una razón sectaria, politiquera, excluyente, dogmática, ha privado a la función pública de dos profesionales cuya capacidad no ha sido discutida. Lo que sí resultó evidente, es que su incapacidad de callar las irregularidades y vicios del sistema de salud pública sirvió para que ambos sean condenados a una destitución injusta e ilegítima. Algo que, coincidentemente, ya se pudo sentir también en otras instituciones públicas.

Por supuesto, luego afloraron las excusas que no hicieron más que incrementar las sospechas de arbitrariedad e injusticia. Y por si siguieran habiendo dudas, los paniaguados se encargaron de ratificar que la figura ministerial es su “carta” electoral para próximos años, y con ello, dieron una cátedra pública del “nuevo estilo de hacer política” que están implementado: la política del absolutismo, incapaz de aceptar críticas y menos de permitir disidencias. Algo parecido a lo que el stronismo se ocupó de sembrar durante décadas.

Duele ver que médicos y dirigentes que en aquellas épocas lideraban y engrosaban las filas de la resistencia a la dictadura stronista, hoy hagan causa común con una postura que estimula un indeseado déjà vu con años en que docentes, directores médicos, jefes de cátedras del Hospital de Clínicas eran expulsados, defenestrados o vituperados públicamente sólo por ser críticos u opositores al dictador Stroessner.

En aquellos años, la esperanza nos hacía pensar en tiempos mejores. Cuando asistimos sorprendidos gratamente a la decisión de incorporar la gratuidad al sistema de salud pública, sentimos que esa esperanza se convertía en realidad. Hoy, con estos retrocesos, esa esperanza se torna marchita y adopta sostenidamente un ropaje de engaño demagógico.

José María Costa

jueves, 11 de noviembre de 2010

El voto de los no votantes

No sé por qué se habla de que hubo un ausentismo tan grande en las elecciones del domingo 7 pasado. Yo creo que no hubo ausentismo. Al contrario, hubo 100 % de participación y expresión ciudadana. El voto de los ausentes también existe.

Un total de 3.031.143 ciudadanos estaban habilitados para votar en las elecciones municipales del domingo 7 pasado. Se estima que menos del 50% de esa cantidad ha concurrido a los locales de votación. El resto, sin embargo, esa otra mitad del electorado que figura en la estadística como “ausente”, sí ha votado: ha expresado su opinión, contundente, concreta, sobre muchas cosas. Y en particular, sobre la democracia que estamos viviendo.

Desencanto con los políticos.

En primer lugar, la clase política debe tratar de entender el mensaje de los millones de paraguayos que no han concurrido a las urnas. Evidentemente, el desencanto hacia los políticos (evidenciado como el sector de peor credibilidad y prestigio en cuanta encuesta se ha hecho) sigue in crescendo. Muchos creen, probablemente, que la política es una cuestión de los políticos y “allá ellos” con estos temas. Otros quizás han esperado, han confiado, han creído… y se encontraron con las frustraciones de siempre. Los baches siguen, las tragadas continúan, las prebendas siguen favoreciendo a “amigotes” y “parientes”… Mucho discurso de “cambio” para que en realidad todo siga igual.

¿Desencanto con la democracia?

No es extraño ni sorprende ya este desencanto con los políticos y la politiquería. Pero lo que aparece como un riesgo mayor y más preocupante es si esta frustración crónica se está convirtiendo en un desencanto con la misma democracia, con sus procesos de representación y participación a través del voto. Uno tiende a pensar que es en los comicios municipales donde se debe generar el mayor entusiasmo y la mejor participación electoral de la gente, porque se trata de gobiernos locales, aquellos que están “más cerca de la gente” y más a mano de sus reclamos y expectativas sobre los problemas y necesidades locales.

Pero la realidad nos muestra que la tendencia a abstenerse de ir a votar sigue creciendo. Desde 1996 a esta parte, el franco descenso en la participación en las urnas muestra una tendencia inquietante. Es una situación que debe activar una alarma en nuestro sistema democrático, pues la decepción ciudadana puede dar motivos y excusas para posturas anacrónicas, autoritarias, que estigmaticen al modelo democrático, representativo, republicano, como fase previa a la exaltación de un modelo populista donde la “participación” populachera y anárquica se convierte en bandera de líderes iluminados carentes de sustento electoral, pero lo suficientemente avivados y cínicos en sus ansias de poder.

El voto de los ausentes también existe

Los políticos deben tomar nota de esto. El prebendarismo electoral, las estructuras partidarias, las campañas y compras de votos con dinero sucio o no, el contentarse con intendencias o cargos legitimados con bajo porcentaje de participación en las urnas… todo esto sólo es abono para una corrosión lenta y sostenida del propio edificio democrático que sostiene el sistema de partidos y el carácter representativo en la República.

El domingo 7 de noviembre muchos se expresaron en las urnas. Es importante la voluntad que han expresado eligiendo nuevas autoridades. Pero tan importante como esto, es la expresión de los que se manifestaron quedándose en sus casas. Esa expresión de voluntad popular que manifestó otra cosa: el hastío y el desencanto creciente con la forma de hacer política y quizás, peor aún, con el propio ritual democrático. No ignoremos esta luz amarilla en el camino.

José María Costa

sábado, 6 de noviembre de 2010

Recordemos a Don Feliciano

 Cuando uno es autoridad tiene que tratar de ser un educador con el testimonio, con el ejemplo, y eso le llega a la gente
¿Se recuerdan de Feliciano Martínez? Fue el intendente que convirtió a Atyrá en la ciudad más limpia del país, la “capital ecológica del Paraguay” y la “octava ciudad más saludable del mundo”. Don Feliciano fue electo intendente como representante de la ANR, pero trabajó con el sentido ciudadano: incorporando a todos los atyreños en su proyecto municipal. Con el ejemplo y el trabajo cotidiano con los vecinos, construyó una visión para los atyreños y logró transformar la cultura de los habitantes de esa ciudad. Durante 5 años, Atyrá fue mirada como un ejemplo, como un oasis de salud y limpieza en medio de las malas prácticas. La gente de Atyrá se llenó de orgullo con esta conquista comunitaria y la hizo suya.

En la siguiente elección, sin embargo, Don Feliciano perdió. Pudo más el prebendarismo. Y fue el final del proyecto de Atyra limpia. Años más tarde, otro partido, no el suyo, ofreció una banca senatorial a Don Feliciano.

¿A qué viene todo esto? A que en las elecciones del domingo 7 de noviembre, muchos ciudadanos quizás esperemos encontrar algunos émulos de Don Feliciano en las papeletas de votación. ¿Podemos esperar que haya más “Felicianos” que nos ayuden a los ciudadanos a soñar y construir un cambio real, un cambio de cultura, un cambio de actitudes, un cambio de vida para nuestros municipios y para nuestro país?
Siendo realistas, sin embargo, resulta difícil hallar tales réplicas de un verdadero líder comunitario. ¡Cuánta basura política sigue llenando nuestras jornadas electorales! ¡Cuántas sábanas nos meten como listas de “honorables concejales” sin que podamos discernir ni optar realmente! ¡Cuánta mentira disfrazada de propuesta electoral ha inundado y sigue llenando el espacio político! ¡Cuánta frustración tras otra marca la historia de nuestras jornadas electorales!

Los comicios municipales son una ocasión para ejercer una porción de nuestro compromiso ciudadano. El voto, sin embargo, no lo es todo. Allí apenas empieza nuestro deber que debe extenderse durante el tiempo siguiente controlando a los electos, reclamando el cumplimiento de las promesas electorales, escudriñando sus actuaciones públicas y sus actitudes privadas que pudieran afectar al interés público, e incorporándonos con una participación activa a la tarea de construir la democracia local.

El secreto del éxito de la Atyra de Don Feliciano era el liderazgo democrático y altruista de su intendente, pero también la participación promovida. “La motivación no se impone, se imprime. Cuando uno es autoridad tiene que tratar de ser un educador con el testimonio, con el ejemplo, y eso le llega a la gente”, decía Don Feliciano.

La tarea de Don Feliciano y su Atyrá de aquél tiempo fue y sigue siendo un ejemplo. Pero la otra cara de la moneda se ve, en la misma historia, con el triunfo de la politiquería y el prebendarismo que terminan corroyendo los valores y los logros comunitarios.

Entendamos: elegir responsablemente intendentes y concejales apenas es parte de la historia y del compromiso que tenemos. Lo principal, además del voto, viene con la participación como ciudadanos a la que estamos obligados todos.

José María Costa