sábado, 16 de abril de 2011

La culpa es del otro, siempre!



Psicopatología infantil del gobierno de las excusas


Tenemos encima la epidemia más grande de dengue en los últimos años, con 30 muertes confirmadas y otras decenas por comprobar asociadas a este mal. Miles de ciudadanos atacados por la enfermedad, hospitales abarrotados, protocolos médicos confusos o incumplidos, personal sanitario sobrepasado, muertes por negligencia, desesperación ciudadana y gobernantes que confunden aún más y optan por echar la culpa de todo o a la prensa (¡oh, costumbre no cambiada en épocas del cambio!) o a la ciudadanía. Si me permiten, esta situación me genera algunas reflexiones que, sin pretenderlas exhaustivas ni absolutas, creo relevante expresarlas…

1.      Responsabilidades compartidas, gradaciones diferentes. No hay duda que la ciudadanía tiene gran parte de responsabilidad en la prevención y control de situaciones relacionadas con la salud pública. Los hábitos de higiene, entre otras cosas, ayudan a la prevención de enfermedades. Sin embargo, los Gobernantes no pueden rehuir a su propia responsabilidad ni pretender, desde sus escritorios elegantes o sus gratificaciones por “eficiencia en su gestión”, atribuir la culpa de una epidemia a la inconsciencia ciudadana. Si las autoridades de Salud Pública no lograron mecanismos eficientes para crear conciencia, asegurar que la ciudadanía comprenda el valor de la prevención y la limpieza, o estimular acciones de combate eficaz, es parte de su responsabilidad. No supieron encarar este desafío o no tienen el liderazgo necesario para ello. Ciudadanos no conscientes, quizás; pero también gobierno incapaz de emprender políticas sanitarias eficaces, que incluyan el componente esencial de prevención.

2.      Las campañas de “concientización” que no concientizan. Este gobierno fue electo para gobernar en un país del Tercer Mundo, con cultura del Tercer Mundo y problemas y hábitos del Tercer Mundo. Si quisieran gobernar en Suiza o Noruega, que se postulen allá. Pero deben ser conscientes, ellos también, que cambiar cultura o crear conciencia no es cosa de un día y es “algo” diferente en una sociedad con 37% de pobreza extrema y estándares educativos cuyos promedios rayan con la mediocridad. El tremendo gasto publicitario hecho no es razón suficiente para decir “hemos advertido que esto se venía y nadie nos hizo caso”. Si la campaña falla, es culpa de quienes la idearon y la pagaron, con NUESTRO DINERO. No es culpa de quienes debían ser estimulados o concientizados por ellas. Tal como en la parábola de los talentos: si se les confió el gobierno y el dinero público, y no se ven resultados, el que otorgó esa confianza TIENE DERECHO a reclamarle por ello al administrador infiel o incapaz, pero no al revés.

3.      Inteligencia para saber cuándo hay que priorizar “prevención” o “combate”. En medio de la epidemia ya desatada, con muertes ya reportadas (muchas con evidentes registros de mala praxis en el protocolo de atención), las autoridades sanitarias siguieron y siguen dando énfasis a la “prevención”, sabiendo (o no lo saben) que ella no logrará evitar de forma absoluta la propagación de la epidemia. Claro, como la “prevención” es “trabajo de otra gente” (“yo no puedo salir a limpiar baldíos”, dijo la Ministra de Salud) entonces, la política parece ser ésa: digamos que si tenemos dengue es porque “la gente es inconsciente por no haber trabajado en la prevención”… Mientras tanto, el combate real a la epidemia y el esfuerzo por evitar más muertes de compatriotas apenas parece haber empezado a tomarse en serio después de una interpelación parlamentaria y casi una semana de críticas acérrimas de parte de la prensa.

4.      Politiquería en medio de las necesidades. Quienes en otra epidemia anterior promovieron una campaña “Que se enfermen ellos” (campaña de la izquierda en contra del gobierno en 2007), no aparecieron si no para justificar lo injustificable, culpar a la prensa de los males del país y seguir discriminando (eso sí, con nuevos bríos) a expertos y especialistas epidemiólogos que públicamente denunciaron la actitud sectaria con que fueron dejados de lado en un desafío tan importante. Del otro lado, hay que decirlo, también aparecieron los pescadores en epidemia revuelta.

Ni lo uno ni lo otro debería suceder cuando el pueblo, el que ha confiado en sus autoridades, el que paga sus impuestos y espera eficiencia de sus gobernantes, sigue sufriendo y muriendo por una enfermedad cuyo control en manos de autoridades realmente responsables y eficientes sería quizás no fácil, pero posible. En manos de las actuales, lamentablemente todavía sirve para presenciar la expresión típica de una patología psicológica extremadamente pueril: buscar siempre en otros las culpas y responsabilidades, para evitar asumir y reconocer las propias.

José María Costa