lunes, 24 de noviembre de 2008

Lo bueno, lo malo y lo feo.


Si cien días no son nada… ¿cuántos serán suficientes? (A propósito de los primeros 100 días de gobierno del Presidente Fernando Lugo)

Lo bueno
• La esperanza vigente. Pese a las incertidumbres y las contradicciones ya vistas, ya sentidas, sigue vigente gracias a algunos estamentos gubernamentales que sí encararon con profesionalismo los desafíos. Pero no basta. Se la puede perder.

• La gratuidad de los servicios de salud pública. Una decisión histórica para responder a la necesidad de cientos de miles de compatriotas. Esto sí es un cambio evidente. Ojalá se imite en otras áreas.

• Las investigaciones y denuncias serias contra la corrupción. Lastimosamente, si bien algunos actuaron con seriedad y contundencia, otros actuaron con pomposidad mediática, mucha pirotecnia y pocas nueces.

• Los concursos para puestos públicos. Todavía son pocos pero ha habido algunos. Ciertos entes lo adoptaron como política. Otros, lamentablemente, siguieron contratando correlíes y amigotes mientras hablaban de profesionalismo e igualdad de oportunidades. El cambio todavía está por verse.

Lo malo.

• Los acuerdos con Venezuela. No los acuerdos en sí, sino la forma en que se quiso hacer tragar el “buzón” a la gente. De acuerdos ocultos está empedrado el camino a la supuesta transparencia que en los discursos dice mucho pero en la práctica actúa con los mismos esquemas ocultistas del pasado. El “fin del secretismo” anunciado por Lugo en su asunción, debe todavía encarnarse.

• Los caprichos de Camilo. Dos secretarías de Estado, miles de horas de funcionarios y recursos del Estado puestos al servicio de que se cumpla la “profecía” del “niño rebelde” de no permitir la realización del Rally del Chaco. Toda la energía gastada en esta pulseada “contra los niños ricos” sirvió para nada. Para nada más que comprobar la peligrosidad de adoptar posturas y decisiones alejadas de las normas legales.

• El impuestazo bajo la manga y la concentración de poder de Borda. En vez de combatir la evasión y antiguos privilegios, el único plan era “más y nuevos impuestos para los que ya están pagando”. Por otro lado, la “decretocracia” ya ha arrasado con instituciones, entidades y normas legales. Borda propone y Lugo firma y dispone. Luego lo niega.

• La ley del ñembotavy. Lugo eligió el mejor camino para perder la credibilidad con que llegó al gobierno. Dice sí a todos, luego hace lo que se le antoja. Para quien reclama, siempre hay una excusa o “60 años de culpas ajenas acumuladas”.

Lo feo

• La falta de rumbos claros y planes específicos de gobierno. Hay una sensación de que si alguien pregunta hacia dónde vamos, aparecerán decenas de dedos índices indicándonos diferentes rumbos. Ah, y lo peor, que todos esos dedos serán del mismo gobierno.

• Las tensiones generadas en el campo y la ciudad por la ambigüedad gubernamental en el tratamiento de los problemas suscitados. No pocos tienen hoy la sensación de que estamos más cerca de la “ley de la selva” que del imperio de la legalidad.

• La improvisación y las contradicciones. La Cancillería es paradigmática. Un día se dicen diatribas oficiales contra “el imperio del norte” y a la semana se programan abrazos oficiales en el salón oval de la White House. Se reclama respeto a la soberanía viajando en un avión prestado por quien será objeto de nuestros berrinches diplomáticos. Quien nos tome en serio, realmente nos hará un gran favor… inmerecido.

Cada quien puede ver el vaso medio lleno o medio vacío. Pero no es cuestión de rechazar las críticas, o repetir el sempiterno, “cien días son pocos para el cambio que se necesita”. Si no hay resultados, al menos tenemos derecho a esperar rumbos claros.

El título de este artículo es el mismo de un antiguo film enmarcado en el género del “western spaghetti”. Allá por los años 70, se creía que dicho género sería un “boom” en la historia cinematográfica. No pasó de ser un bluf. Ojalá no sea este el rumbo cierto para tantas incertidumbres acumuladas.

José María Costa

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Pulseadas en el campo y en la historia

La traición a la esperanza no se podrá perdonar.

El problema de la tierra en Paraguay es tan viejo como su propia historia. Un problema que alcanza picos agudos y se va agravando con situaciones específicas, como las ventas de tierras públicas de fines del siglo XIX y principios del XX, las explotaciones extensivas en base a regímenes de semi-esclavitud y la prebendaría “reforma agraria” del stronismo. En este proceso, la expansión de las fronteras agrícolas y la irracional e incontrolada explotación forestal incrementaron en gravedad y amplitud la problemática. El boom del “oro blanco” del algodón, que todavía ocupaba gran parte de la mano de obra rural, dejó paso en los años 80 a la emergencia de la agricultura mecanizada y al boom del “oro verde” de la soja, cuyas consecuencias directas dentro de dicha problemática son la expulsión progresiva de campesinos hacia las zonas urbanas (por la poca ocupación de mano de obra en la explotación), la aceleración de la pérdida de bosques y el impacto socio-ambiental por el uso de fertilizantes y pesticidas.

Hoy estamos probablemente entrando en una nueva etapa de esta larga historia. Un momento en el que los ingredientes de la problemática de la tierra se mezclan entre razones verdaderas y excusas perfectas para ubicar nuevas motivaciones y dimensiones dentro de los sectores involucrados. Una etapa en la que aparecen anacrónicas banderas xenofóbicas incrustadas en razonables reclamos sociales, en la que se mezclan los dogmas ideológicos con las argumentaciones racionales, en la que todos piden el cumplimiento de la ley pero bajo la mesa proliferan las puñaladas y la ilegalidad… Una circunstancia en la que, parece haber una “pulseada” de poderes, contrapoderes, antipoderes y poderes subterráneos.

Nadie puede desconocer la realidad cruel que significa para cientos de miles de familias campesinas no contar con los medios básicos para la producción o el sustento. Tampoco se puede desconocer, por otro lado, que hay muchos aprovechadores que son cómplices en la depredación forestal y se han encargado de crear las células mafiosas que extorsionan a propios y extraños y son la base “social” de las organizaciones mafiosas de mayor porte. Así también, no se puede negar la irracionalidad e ilegalidad de muchas de las explotaciones agromecanizadas, escudadas en la impunidad del dinero o la “protección” política, o amparadas en la real incidencia que su producción tiene en la generación de divisas para el país.

Uno pudiera haber esperado que en un tiempo que se dice de cambios, de legalidad e institucionalidad, todos los actores y los dirigentes involucrados en esta problemática se ajustaran a discutir y enfrentar los conflictos dentro del marco racional e institucional. Sin embargo, han aparecido y continúan arreciando posiciones que pretenden, parece, no sólo desconocer la institucionalidad sino también dan la impresión de buscar justamente el quiebre del Estado de Derecho para hallar en dichas circunstancias las excusas para sus tropelías antidemocráticas y sus veleidades autoritarias.

En el campo hoy parece estar jugándose una pulseada entre el poder formal y el poder informal, entre las mafias (del color, la ideología y la adscripción política que fueran) y el Estado de Derecho. Ese Estado de Derecho que es la gran conquista del hombre para organizarse en sociedad y resolver los conflictos de una manera racional y ordenada. Ese Estado de Derecho que, al parecer, a algunos molesta porque además de derechos también les exige obligaciones.

Temo que mirar la crisis del campo apenas en sus ingredientes sería no ver el “menú” completo que parece estar sirviéndose de la mano de una postura hasta ahora ambigua, dubitativa y poco eficaz de parte de quienes tienen todo el apoyo de los votos, la credibilidad y, sobre todo, la esperanza de la gente para hacer que este sea un país ordenado, serio y absolutamente legal.

La mayor traición del gobierno a esa esperanza será perder las riendas de la historia en esta situación, por flojera, abdicación o impericia política. Perder esa pulseada sería fatal.

José María Costa