El caos como estrategia del autoritarismo
Asunción sitiada. Gente sin poder transitar. Libre tránsito constitucional hecho añicos por la extorsión política. Órganos policiales indiferentes ante el atropello legal. Protesta versus protesta. Los derechos de unos sirven de piquetes para atropellar los derechos de otros. El fin “justifica” la clausura de calles. Las calles ya no son de la policía, como profetizara aquél ministro stronista. Son de los “sintecho”, con el beneplácito de los “sinvergüenzas” que los utilizan como carne de cañon o fuerza de chantaje.
¿Por qué para reivindicar un derecho propio se debería transgredir otro ajeno? ¿Tan perversa es la manipulación de las libertades democráticas que no repara en el respeto a los demás para justificar acciones como lo ocurrido la semana pasada con el “cerco” al microcentro asunceno protagonizado por los “sintecho” liderados por uno de los operadores políticos del Gobierno? ¿Qué clase de democracia estarán pretendiendo los que enarbolan la “política del caos” como medio para alcanzar sus objetivos políticos?
Los incidentes registrados aquél mediodía en Asunción no son sino síntomas de una profunda perversión que está cruzando transversalmente nuestro escenario político. El mecanismo se manifiesta con variados matices, pero en el fondo, convengamos que lo hecho por los “sintecho” no difiere mucho de los cortes de ruta, cierres de fábricas, clausura de universidades, suspensión de clases escolares, cercos al Poder Judicial, etc. que se han convertido en medios muy frecuentes para quienes buscan el logro de sus objetivos sectoriales, más o menos legítimos, más o menos legales. En la superficie, esta vez salta la evidencia de un grupo de choque creado por el nicanorismo para “formular” sus planes de presión contra los otros poderes del Estado manejados por el voto mayoritario de la oposición. Pero en el fondo de todo esto está la tergiversación del uso de las libertades en democracia y la profunda perversión de la protesta ciudadana, cuya concepción histórica es legitimadora de procesos de cambio y no provocadora del caos como medio de lograr réditos políticos o sectarios.
El “liderazgo” basado en la capacidad extorsiva
Felipe Cabrera no es sino un líder “social” (cuesta decirlo) producto de la depravación de la política que se sustenta en el prebendarismo y la prepotencia para obtener sus fines. Su liderazgo se basa en su capacidad de extorsión. Y como él, con diferentes colores, matices o amos, existen y surgirán más “caudillos” capaces de todo, de cualquier cosa, de cerrar calles, rutas o puentes, o de peores cosas, en este inmoral juego del “todo vale” de la política criolla.
Nicanor usa a algunos. Otros utilizan a otros. Entre los “sintierra”, entre los “sintecho”, entre los estudiantes, entre los gremios obreros, campesinos o de funcionarios públicos, hay quienes están dispuestos a “todo” para conseguir “algo” o incluso para no conseguir “nada”, con tal de que el caos y el río revuelto siga generando ganancia de pescadores, de prebendarios nacionales o internacionales, de delirantes políticos o sociales, de alumnos aventajados en la escuela de la prepotencia y el autoritarismo. Los que propugnan y ejercitan los valores democráticos son cada vez menos. Actuar “dentro de la ley” –creen muchos- no genera capacidad de presión. La fuerza tiene más convicción que el derecho o la razón.
La moralización de la política debe pasar necesariamente por una revalorización de la libertad como un derecho de todos que no puede ser cercenado por nadie –así sea gobernante o gobernado- como un medio de extorsión. Los que hoy son capaces de cerrar rutas o calles del microcentro en horas pico, sin importarles los derechos de los demás, mañana serán capaces de cosas peores.
La estrategia del caos es un recurso extremo de los autoritarios, que aunque se vistan de demócratas, autócratas quedan, así estén al mando de un gobierno o al frente de una organización social.
José María Costa
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