Quien no asume responsabilidades, siempre busca culpas ajenas.
Primero, porque cien días eran muy poco. Después, porque en seis meses no se puede hacer mucho. Más adelante, porque en cinco años no se puede cambiar todo lo que se corrompió en 60 años. Y no faltará quien acuse de “reaccionario” a quien ose reclamar resultados o aunque sea planificación y metas claras al Gobierno.
Si el Estado no da los servicios necesarios, siempre se culpará a que “tenemos la más baja presión tributaria” comparándonos con Suecia o Noruega, por cierto, y olvidando que la (baja o no) presión tributaria sólo sirve para pagar el colesterol de un estado elefantiásico y prebendario, y para nada sirve para que retorne al ciudadano los servicios. Si las recaudaciones se reducen ostensiblemente y hasta se ocultan las cifras para no escandalizar, siempre habrá una “crisis” a la cual culpar.
Si nadie ve lo “positivo”, allí está la eterna culpable que será la prensa y los periodistas insensatos. Si no podemos mantener las cifras de matriculación escolar, siempre será por culpa del “estado calamitoso en que encontramos al sector educativo”. Y si los docentes sometidos a exámenes demuestran cierta inusitada longitud en sus apéndices auriculares, también será por culpa de “los de antes”.
Cuando se nombra a un pariente o familiar, resulta que “los parientes también tienen derecho a trabajar”. Si los “amigos” están asesorando a los que luego ganarán las licitaciones en transportes de combustibles o lo que sea, eso “no tiene nada que ver” porque “cada cual es responsable de sus actos”. Si hay reuniones de madrugada en Mburuvicha roga para armar la propia Corte, eso “está dentro de las atribuciones que le competen al Jefe de Estado”, aunque el más estúpido se diese cuenta de la injerencia política ejercida con el subsiguiente intento de ocultación. Y si un militar amigo es rescatado del retiro absoluto y elevado a la condición de jefe de inteligencia de la Fuerza Aérea, siempre habrá un asesor político o jurídico que encuentre las “adecuaciones legales” para dicha metida de pata presidencial.
En fin, podemos divertirnos varias líneas más recordando todas las justificaciones habidas y ensayando las por haber desde las distintas esferas del gobierno. El problema es que de justificaciones y culpas ajenas puede estar empedrado el camino a la desazón nacional. Quien ve los problemas como un desafío, se arremanga y los enfrenta, no vive quejándose, justificándose o tratando de echar la culpa a otros. No puede decirse que no haya habido cientos y miles de culpas ajenas y antiguas en los cientos y miles de problemas del país. Pero, quedarse en la mera lamentación o la sempiterna autojustificación, poco contribuye a la solución de tales problemas.
El reino de las justificaciones debe dar paso al gobierno de la responsabilidad. No hemos elegido autoridades para que nos den explicaciones, sino para trabajar por el país. No se reconstruye un país con meras explicaciones, y mucho menos con improvisaciones o incoherencias flagrantes. Esta semana tuvimos un papelón oficial más. Y parece que no escarmientan. No olvidemos que a la hora de gobernar, la impericia y la ineptitud pueden ser tan malas y destructivas como la deshonestidad y la arbitrariedad.
José María Costa
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