Ley
postergada, ley conquistada
Finalmente, se promulga la ley más postergada
de la transición. El día elegido es el 18 de septiembre en un acto poco
habitual para una promulgación, pero bien simbólico. No es casualidad que esta
ley tanto tiempo pospuesta sea la ley de acceso a la información pública, la
ley de transparencia gubernamental.
La herencia
de la opacidad y la corrupción no solo tiñe el pasado sino aún destiñe el
presente democrático que pretendemos forjar. Esta ley trae una misión
fundamental en sus alforjas: devolver al ciudadano el señorío sobre la
información pública, su control sobre la acción de sus mandatarios, su
protagonismo sobre la construcción de la sociedad…
Hay
reconocimientos que formular y desconocimientos que lamentar en este largo
proceso de 22 años desde que la Constitución Nacional garantizó el derecho y
ordenó una ley reglamentaria. Sociedad civil organizada,
periodistas y actores políticos convencidos –pocos, pero suficientes- pudieron
mantener la bandera erguida hasta alcanzar la conquista en medio de un tsunami
de la transparencia que tuvo el necesario y contundente protagonismo ciudadano
el año pasado apenas inaugurado el nuevo período gubernamental.
Un primer
intento en el 2001 terminado en un Frankenstein legislativo, dos amagues más en
medio con indignantes traiciones de “opositores progresistas” y campañas
mediáticas en contra, y luego la recta final con no pocos sobresaltos y el
oportuno compromiso de varios legisladores que revirtieron la ignominia de
corruptelas y secretismos institucionales para llegar a la meta de la ley
sancionada y hoy también promulgada. Esa, en breve, es la historia. En el
camino, ciudadanía, periodismo racional y una Justicia históricamente ejemplar aportaron
lo suyo para alcanzar la cresta de la ola de transparencia. El Ejecutivo, al
principio algo tibio, también sumó su compromiso al inédito proceso.
La ley
lograda es la posible, no la perfecta. Pero es la suficiente para remarcar y
asegurar el camino de ese protagonismo ciudadano en la conquista (reconquista
histórica) de la verdadera soberanía sobre la cosa pública. Los Poderes del
Estado tienen ahora mucho compromiso por delante para hacer eficaz esta
herramienta complementándola con aquellos elementos que la discusión
legislativa, por pragmatismo y realismo político, fue desechando. Entre ellos,
la necesidad de una autoridad de aplicación con carácter autónomo y mejores
precisiones procedimentales. Faltan cosas en la ley, es cierto, pero está la
estructura, el cuerpo principal para ya no permitir que un derecho tan esencial
siga siendo letra muerta perdida en el mar de artículos constitucionales de
garantías fantasmas espantadas por la falta de voluntad política.
Muchas
cosas puede aportar una ley así y su correcta implementación. El Estado debe
ponerse al servicio de la gente y organizarse para dar al soberano lo que es
suyo: información. La prensa se verá obligada a ser más precisa y eficiente en
la investigación. El rumor debe dar paso a la información y eso sí será hacer
periodismo. Las instituciones se deberán esforzar en la eficacia. Los políticos
inteligentes (¿utopía tal vez?) o simplemente pragmáticos comprenderán que la transparencia
es finalmente un buen negocio para sus carreras.
La
ciudadanía tiene un blasón, una herramienta, un arma fundamental. También debe
aprender a utilizarla y hacerla eficaz. No hay vuelta atrás en esta carretera
de la transparencia. Quien quiera desviarse o retornar, se encontrará con la
historia y el escrache. Los políticos tuvieron su propia lección y ahora
respetarán un poco más la indignación ciudadana. Las desvergüenzas ya no serán
objeto de privilegiados secretos; la luz del mayor desinfectante, el sol (como
dijera el juez norteamericano Brandeis) llegará y la sociedad podrá combatir el
virus de la opacidad y la corrupción en medio de una realidad política que debe
cambiar verdaderamente. La ley cumplirá por todo ello un real “papel higiénico”
como el simbolizado en aquella marcha del 15NPy.
Es cierto,
la ley no lo es todo. Pero es un aporte sustancial para esta reconquista
esencial: la de la soberanía del ciudadano y la transparencia de la democracia.
José María Costa
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