Esperanza desfigurada... cambios frustrados... |
No tengo el placer ni el honor de conocer al Dr. Félix Ayala. Pero recojo las opiniones de muchos de sus colegas, de los profesionales que trabajan con él, de los pacientes que han sido beneficiados con su tarea médica o su función de administrar un hospital público. Y sumo a ello el nauseabundo tufo politiquero que envuelve su destitución como director del Hospital Nacional de Itauguá, y todo ello me lleva a pensar que la esperanza en un cambio real, en una mejor manera de administrar la cosa pública, la esperanza en un sistema de salud eficiente y profesional, se va marchitando sostenidamente.
Ya veo venir los vituperios de dogmáticos y arribistas, sempiternos protagonistas de la politiquería kele’e que tienen siempre listos sus comunicados “de apoyo” a los propios y “repudio” a los críticos, casi como un remedo infinito de aquellas épocas tiranosáuricas. No espero menos. Quiero recordar nada más que fui uno de los primeros en alabar públicamente la decisión de este Gobierno y de la ministra de Salud Pública de implementar la gratuidad en los servicios y provisión de medicamentos. Pero también advertí que dicha decisión no se sostendría en un simple voluntarismo ni debía responder a un espasmo populista, sino basarse en mecanismos eficaces y prácticas transparentes.
Todos los caminos conducen a Roma y en el caso de la destitución del Dr. Ayala, todas las evidencias confluyen en que una razón sectaria, politiquera, excluyente, dogmática, ha privado a la función pública de dos profesionales cuya capacidad no ha sido discutida. Lo que sí resultó evidente, es que su incapacidad de callar las irregularidades y vicios del sistema de salud pública sirvió para que ambos sean condenados a una destitución injusta e ilegítima. Algo que, coincidentemente, ya se pudo sentir también en otras instituciones públicas.
Por supuesto, luego afloraron las excusas que no hicieron más que incrementar las sospechas de arbitrariedad e injusticia. Y por si siguieran habiendo dudas, los paniaguados se encargaron de ratificar que la figura ministerial es su “carta” electoral para próximos años, y con ello, dieron una cátedra pública del “nuevo estilo de hacer política” que están implementado: la política del absolutismo, incapaz de aceptar críticas y menos de permitir disidencias. Algo parecido a lo que el stronismo se ocupó de sembrar durante décadas.
Duele ver que médicos y dirigentes que en aquellas épocas lideraban y engrosaban las filas de la resistencia a la dictadura stronista, hoy hagan causa común con una postura que estimula un indeseado déjà vu con años en que docentes, directores médicos, jefes de cátedras del Hospital de Clínicas eran expulsados, defenestrados o vituperados públicamente sólo por ser críticos u opositores al dictador Stroessner.
En aquellos años, la esperanza nos hacía pensar en tiempos mejores. Cuando asistimos sorprendidos gratamente a la decisión de incorporar la gratuidad al sistema de salud pública, sentimos que esa esperanza se convertía en realidad. Hoy, con estos retrocesos, esa esperanza se torna marchita y adopta sostenidamente un ropaje de engaño demagógico.
José María Costa
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