sábado, 23 de febrero de 2013

DEBATES Y DEVOTOS...


¿Se decidirá quién será el Presidente de la República en un debate? Seguro que no, pero el debate es un espacio, una oportunidad eficaz para que un proceso electoral sea realmente abierto a la discusión de ideas, de propuestas, de opiniones, e incluso de garantías de confianza que brindan los candidatos o partidos políticos.

En definitiva, el debate, tal como entendemos hoy día en el marco democrático, hace a la esencia misma del sistema que todos adscribimos en el que el voto es una OPCIÓN, y no una ACCIÓN MECÁNICA y menos una IMPOSICIÓN.

La Real Academia Española equipara el significado de la palabra DEBATE con la de CONTROVERSIA señalando que es una “discusión de opiniones contrapuestas entre dos o más personas”. Si en una contienda electoral se presentan más de una candidatura o proyecto político se supone que será porque tienen diferencias entre sí, sea en sus puntos de vista, sus propuestas programáticas, sus agendas de prioridades o hasta en el estilo y el carácter de su actuación política. Y ni qué decir, entre los candidatos. Si no hubiera diferencias, no tendría sentido votar (que es optar). Opción supone elección entre dos o más alternativas diferentes.

Por eso, resulta incomprensible que en un sistema republicano y democrático todavía haya quienes rehúyan al debate, a la controversia, al intercambio de opiniones o propuestas. Esto es más lógico en un sistema autoritario, de autoridad única o irrefutable, para decirlo más directamente, de dictadura. El dictador, o el que pretende serlo aun usando las vías democráticas, no está interesado en debatir; le basta exponer e imponer. Y a veces ni siquiera lo primero, aunque si irá a usar el recurso democrático del voto, la exposición de sus ideas (maquilladas o no) tal vez sea un “mal necesario” que deba admitir para no mostrar de entrada sus verdaderas intenciones.

Por otro lado, mirado desde la comunicación política, si alguien todavía cabalga aupado en la excusa de que “quien lidera no necesita debatir”, sencillamente estará confirmando que antepone sus apetencias electoralistas a la verdadera necesidad que tiene el electorado, el pueblo, de conocer las propuestas, las intenciones y las seguridades –o no- que ofrecen sus candidatos. Esa excusa o bien oculta un egoísmo político latente –potencialmente maquiavélico y de inconmensurables consecuencias a futuro- o bien desnuda la incapacidad del proyecto político o del candidato para confrontar sus ideas o defenderlas públicamente recurriendo a una de las características más relevantes y específicas de la naturaleza humana: el uso de la razón y la argumentación. No digamos que no sea humano quien rehúye a la discusión racional, pero al menos quizás está dejando la evidencia de sus propias limitaciones intelectuales. Y en pleno siglo XXI, creo que nadie se merece un Presidente incapaz de razonar o argumentar.

Nuestra democracia tiene poco más de 20 años y sigue careciendo de calidad y profundidad. Ha sido y sigue siendo una democracia apenas de votos, y no de debate, de participación, de construcción social a partir del diálogo, del consenso o incluso de la confrontación racional de ideas o posiciones.

La elección sólo podrá ser tal si hay capacidad y posibilidad de opción, y si ésta se sustenta sobre un flujo libre y permanente de información. Si los candidatos son mezquinos con la democracia y con la ciudadanía, repetirán fórmulas y cantinelas proselitistas en busca del poder por el poder mismo.

Con ese tipo de actitudes, no habrá calidad democrática, no habrá participación ciudadana, no habrá nuevo rumbo para el país, ni habrá garantía real de la superación de los problemas nacionales, entre ellos la pobreza o la desigualdad social como muchos prometen combatir. Apenas habrá nuevos (o reciclados) cacicazgos, nuevas felonías políticas hiriendo al sistema democrático y nuevas excusas para un modelo perimido, autocrático, que propicia el clientelismo como sustento para llegar y mantenerse en el poder.

Al que le venga el sayo… que se lo ponga. Y si los ciudadanos se lo ponen, que no se queje.

José María Costa

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