martes, 3 de febrero de 2009

Siempre habrá un 2 y 3 de febrero


Dos asignaturas pendientes en una larga transición

Muchas cosas cambiaron y otras no, a partir del 2 y 3 de febrero de 1989. Me detendré a reflexionar sobre dos de estas “asignaturas pendientes” de esta prolongada transición democrática.

La primera, la construcción de un modelo de desarrollo que garantice la equidad y justicia social, así como el impulso eficaz de la economía nacional para alcanzar el bienestar general. Los índices de pobreza y desigualdad son evidencias del aplazo de la transición democrática en esta materia. Equilibrios macroeconómicos, alta productividad y rentabilidad agroexportadora, o boom económicos coyunturales no lograron aminorar ni mucho menos revertir esta situación. La corrupción y la insensibilidad social, así como el “re-descubrimiento” de la rentabilidad política de la pobreza y los pobres, han sido contrapesos eficaces para evitar cambios reales en una economía generadora de desigualdades y reproductora de más pobreza.

La segunda “asignatura pendiente” se refiere al modelo de liderazgo político. Durante estos 20 años, hemos sufrido en varias ocasiones los arrebatos autoritarios cuyos genes siguen presentes en nuestra historia y en muchos de nuestros líderes políticos. En veinte años no fue posible consolidar nuevos modelos de liderazgos políticos, pues el caudillismo atávico se reforzó con la corrupción, la vigencia del clientelismo y hasta con una malentendida y peor ejecutada “descentralización”. Las experiencias de liderazgos emergentes, renovados y modernos, no tuvieron éxito o han sucumbido ante la verdad de hierro de una política intrínsecamente prebendaria y clientelista.

El modelo luguista, incompatible en origen con esta tradición, no parece sin embargo estar del todo “inmunizado” a los virus del mesianismo autocrático. Baste analizar algunas de sus actuaciones o escuchar en boca episcopal las palabras casi resucitadas con las que el propio Stroessner justificaba sus sempiternas jornadas de reelección presidencial: “Si el pueblo lo quiere…” O baste ver cómo, cuales competencias de adulonerías de las épocas tiranosáuricas, algunos antiguos contrarios a cualquier reelección hoy adoptan posturas tibias o acomodaticias ante tal manifestación pública.

Siempre habrá un 2 y 3 de febrero. Para retomar las banderas de la lucha antidictatorial y para reverdecer los compromisos con la construcción de una sociedad verdaderamente democrática. Para apuntalar una democracia que sea conducente con las necesidades de la gente y no sea sólo un ropaje político para favorecer a las élites. Para rescatar la esperanza en una sociedad mejor, con plena vigencia de las libertades y el respeto a los derechos humanos. Y para fortalecer la convicción de que, si bien un movimiento militar fue el que derrocó al dictador, es el protagonismo de la gente el que debe impulsar los cambios.

Hace 20 años se fue el último dictador de nuestra historia. Algunos ya ni lo recuerdan. Otros de tanto no recordarle adoptan actitudes políticas similares a las suyas. No hay duda de que siempre precisaremos un 2 y 3 de febrero para repeler o contrarrestar los intentos de nuevos mesianismos autocráticos, aún cuando vengan con envoltorios pretendidamente modernos, estandartes pseudos progresistas o a caballo de “mayorías” coyunturales.

José María Costa