viernes, 1 de julio de 2011

Stronistas New Age

Regurgitando la teoría mesiánica del “único líder”

Corrían los primeros meses del año 1977. Stroessner estaba cumpliendo su segundo período presidencial después de la reelección que le había habilitado la Constitución de 1967. Era necesario hacer algo para que el “único líder”, el “segundo reconstructor” continuara en la Presidencia de la República. No había otro que pudiera conducir esta Nación a “su destino de grandeza”. Allí apareció Argaña liderando junto a otros fanáticos dirigentes stronistas aquella asamblea histórica donde se pidió el cambio de la Constitución para que el “heredero del Centauro de Ybycuí” pudiera ser reelecto de nuevo y ya sin limitaciones. Así se reformó el artículo 173 de aquella Carta Magna y tuvimos Stroessner y dictadura por otros 12 años más, completando 34 años de lamentable historia de dictadura, hasta que sobrevino el golpe de 1989.

La “tercera reconstrucción”?

Treinta y cuatro años después (los mismos que duró la dictadura), algunos se encargan de “reatar los hilos de la historia” stronista. No son los militantes “hasta las últimas consecuencias”, pero sí unos bien aventajados alumnos de la estrategia y el pensamiento autoritarios. Las derechas y las izquierdas se parecen. Los puntos extremos se tocan, justo ahí donde valen más el oportunismo que los principios, la inmoralidad política que la palabra empeñada, la falta de escrúpulos que el honor.

Es triste ver como los “stronistas new age” se embarcan en una opereta montada con el reflujo más ácido de las entrañas autoritarias y mesiánicas de aquella ignominiosa dictadura. Y en el eructo de la historia, retorna el hedor y la memoria de una época durante la cual las instituciones republicanas eran sometidas al arbitrio y el antojo del “único líder” o de sus más inescrupulosos, abyectos y encumbrados secuaces.

La regurgitación agria y hedionda nos devuelve sombras siniestras (valga la múltiple significación). El luguismo tiene hoy sus Poncho Pyta, sus González Alsina, sus Mbeyú Rová Jaquet, sus Argaña, sus Chanchito Montanaro, sus Modesto Esquivel, sus Mario Abdo. Tiene su culto al ídolo. Tiene su cuatrinomio de oro, sus coroneles y coronelas. Tiene sus juventudes militantes “hasta las últimas consecuencias”. Tiene su “porque el pueblo lo pide” y su “nuestro único líder”. Tiene sus “moderadores de la Universidad” y sus programas “contra la prédica subversiva”. Tiene sus radios y redes nacionales transmitiendo actos “patrióticos” y monocolores. Tiene sus cuarteles “al servicio del coloradismo eterno”. Tiene sus charreteras abyectas en las “gloriosas Fuerzas Armadas”, ayer republicanas hoy semibolivarianas. Tiene sus voceros palaciegos de “desmentidos y aclaraciones” y sus “jurisconsultos” que bailotean dictámenes al son de los vientos. Tiene sus liberales “geniolitos” (hoy serán paracetamoles lisa y llanamente). Tiene sus huestes prebendarizadas y sus prebendas presupuestadas. Y tiene preparados sus “macheteros de Santaní” por si el Parlamento desoye “la voz del pueblo”.

“Progresistas” con la mirada en el retrovisor

Ahí están los Carlitos Filizzola, Emilio Camacho, Sixto Pereira, Carrillo Iramain, Blas Llano, Eusebio Ramón Ayala, Elvio Benítez, José Rodríguez. Ahí están los dirigentes “sociales”, los movimientos y dirigentes “progresistas”, las binacionales al servicio “del cambio”, el liberalismo obsecuente, el PMAS del “que se vayan ellos”, el Frente Guasú ñembo progresista juntando firmas retardatarias y clientelares, el “acto patriótico” del “Sí a la reelección”, etc. Es cuestión de hacer “une con flechas” y ver a quienes el sayo les va a medida. Ni se precisan ajustes o remiendos.

Ah, ¿y se recuerdan que Stroessner “vomitaba a los tibios” y exigía ser “café o leche”? Bueno, hace unos días se demostró una vez más que tanto como entonces, hoy para el nuevo “único líder” vale más la lealtad que la eficiencia, más el kele’e que el compromiso. Por contradecir a la reelección que él mismo “no quiere” (¿y quiere que se lo creamos?), echó a los dos mejores ministros de su gabinete. Lealtad personalista, “alineación como velas”. Los mismos parámetros con los que se han cambiado ya más de una veintena de altos jefes militares en los últimos 2 años. Los mismos “méritos” que consideraba Stroessner para “encuadrar” las botas castrenses en provecho suyo.

Después de todo esto, todavía hay quienes pretenden ser profetas “del cambio”… sin dudas, lo son… Del cambio de la democracia al Stronismo puro y duro, y regurgitado, del Siglo XXI.

José María Costa

sábado, 16 de abril de 2011

La culpa es del otro, siempre!



Psicopatología infantil del gobierno de las excusas


Tenemos encima la epidemia más grande de dengue en los últimos años, con 30 muertes confirmadas y otras decenas por comprobar asociadas a este mal. Miles de ciudadanos atacados por la enfermedad, hospitales abarrotados, protocolos médicos confusos o incumplidos, personal sanitario sobrepasado, muertes por negligencia, desesperación ciudadana y gobernantes que confunden aún más y optan por echar la culpa de todo o a la prensa (¡oh, costumbre no cambiada en épocas del cambio!) o a la ciudadanía. Si me permiten, esta situación me genera algunas reflexiones que, sin pretenderlas exhaustivas ni absolutas, creo relevante expresarlas…

1.      Responsabilidades compartidas, gradaciones diferentes. No hay duda que la ciudadanía tiene gran parte de responsabilidad en la prevención y control de situaciones relacionadas con la salud pública. Los hábitos de higiene, entre otras cosas, ayudan a la prevención de enfermedades. Sin embargo, los Gobernantes no pueden rehuir a su propia responsabilidad ni pretender, desde sus escritorios elegantes o sus gratificaciones por “eficiencia en su gestión”, atribuir la culpa de una epidemia a la inconsciencia ciudadana. Si las autoridades de Salud Pública no lograron mecanismos eficientes para crear conciencia, asegurar que la ciudadanía comprenda el valor de la prevención y la limpieza, o estimular acciones de combate eficaz, es parte de su responsabilidad. No supieron encarar este desafío o no tienen el liderazgo necesario para ello. Ciudadanos no conscientes, quizás; pero también gobierno incapaz de emprender políticas sanitarias eficaces, que incluyan el componente esencial de prevención.

2.      Las campañas de “concientización” que no concientizan. Este gobierno fue electo para gobernar en un país del Tercer Mundo, con cultura del Tercer Mundo y problemas y hábitos del Tercer Mundo. Si quisieran gobernar en Suiza o Noruega, que se postulen allá. Pero deben ser conscientes, ellos también, que cambiar cultura o crear conciencia no es cosa de un día y es “algo” diferente en una sociedad con 37% de pobreza extrema y estándares educativos cuyos promedios rayan con la mediocridad. El tremendo gasto publicitario hecho no es razón suficiente para decir “hemos advertido que esto se venía y nadie nos hizo caso”. Si la campaña falla, es culpa de quienes la idearon y la pagaron, con NUESTRO DINERO. No es culpa de quienes debían ser estimulados o concientizados por ellas. Tal como en la parábola de los talentos: si se les confió el gobierno y el dinero público, y no se ven resultados, el que otorgó esa confianza TIENE DERECHO a reclamarle por ello al administrador infiel o incapaz, pero no al revés.

3.      Inteligencia para saber cuándo hay que priorizar “prevención” o “combate”. En medio de la epidemia ya desatada, con muertes ya reportadas (muchas con evidentes registros de mala praxis en el protocolo de atención), las autoridades sanitarias siguieron y siguen dando énfasis a la “prevención”, sabiendo (o no lo saben) que ella no logrará evitar de forma absoluta la propagación de la epidemia. Claro, como la “prevención” es “trabajo de otra gente” (“yo no puedo salir a limpiar baldíos”, dijo la Ministra de Salud) entonces, la política parece ser ésa: digamos que si tenemos dengue es porque “la gente es inconsciente por no haber trabajado en la prevención”… Mientras tanto, el combate real a la epidemia y el esfuerzo por evitar más muertes de compatriotas apenas parece haber empezado a tomarse en serio después de una interpelación parlamentaria y casi una semana de críticas acérrimas de parte de la prensa.

4.      Politiquería en medio de las necesidades. Quienes en otra epidemia anterior promovieron una campaña “Que se enfermen ellos” (campaña de la izquierda en contra del gobierno en 2007), no aparecieron si no para justificar lo injustificable, culpar a la prensa de los males del país y seguir discriminando (eso sí, con nuevos bríos) a expertos y especialistas epidemiólogos que públicamente denunciaron la actitud sectaria con que fueron dejados de lado en un desafío tan importante. Del otro lado, hay que decirlo, también aparecieron los pescadores en epidemia revuelta.

Ni lo uno ni lo otro debería suceder cuando el pueblo, el que ha confiado en sus autoridades, el que paga sus impuestos y espera eficiencia de sus gobernantes, sigue sufriendo y muriendo por una enfermedad cuyo control en manos de autoridades realmente responsables y eficientes sería quizás no fácil, pero posible. En manos de las actuales, lamentablemente todavía sirve para presenciar la expresión típica de una patología psicológica extremadamente pueril: buscar siempre en otros las culpas y responsabilidades, para evitar asumir y reconocer las propias.

José María Costa

miércoles, 23 de febrero de 2011

La independencia que nos falta celebrar

Estos “paraguayismos” ya no deben ser paraguayos

Duele cuando nos miramos al espejo y percibimos que lo que idealizamos no es la realidad. Duele que la superficie espejada nos devuelva impertérrita las arrugas de la informalidad, del conformismo, la desfachatez, el fraude, el “vaí-vaínte”, el “upéichante”, el ñembotavy, la picardía para violar las normas y pretenderse víctima, el apego al desorden y la indisciplina. Duele que las espinillas de la inconducta y la impuntualidad aparezcan en el rostro nativo; o que resalten los forúnculos de la mala costumbre de tirar basuras por cualquier lado, destruir los espacios públicos o violar las más elementales normas de convivencia vecinal.

Duele todo eso; pero más debería dolernos que no hacemos mucho para superar  todo eso. Duele que nos digan, pero parece no dolernos que sea cierto. Duele que se burlen, pero parece no dolernos que esos males los suframos nosotros mismos por culpa de nosotros mismos. En estos días, una vez más, un nacionalismo mal entendido nos hizo indignar ante las burlescas visiones extranjeras de nuestra realidad. ¿Por qué tamaña reacción? Sencillamente porque preferimos no mirarnos al espejo para evitar sentirnos responsables de que si queremos mejorar nuestra condición de vida, debemos cambiar todo eso. ¿Qué cosas?... Aquí van algunas.

·      Tirar la basura y mear en la calle, deportes nacionales. Parecemos (¿somos?) amantes de la inmundicia y la roña sistematizada. No importa si hay papeleras o baño público a mano. Preferimos tirarlo afuera. Y ratificamos nuestra idiosincrasia destruyendo cuanto sanitario público aparece en nuestro camino.

·      Los espacios públicos son para privatizarlos y destruirlos. Calles, veredas y plazas que se dignen ser “públicas” caen bajo nuestros criollos sistemas de “privatización” (que no genera protesta de sindicato ni izquierdista alguno, al contrario), en los que las víctimas somos nosotros mismos.

·      Con el “aycheyaranga” justificamos la informalidad. Creemos que hacemos un bien al permitir la informalidad y el desparpajo. Inventamos el término “victimización de la pobreza” para dar rienda suelta a la victimización de toda la sociedad decente, extorsionada por los ilegales, en una situación que, aparte de contar con el “no cuenten conmigo” de los nuevos acomodados del lujo y el poder, es aprovechada por los delincuentes de guantes blancos o negros, para seguir haciendo imperar la ilegalidad y el fraude.

·      Bienvenidas las mafias y la extorsión. Enumeremos algunas: La mafia de los políticos corruptos e indecentes, de cualquier color o ideología, que se apropia del presupuesto público. Institucionaliza la prebenda y hace del Estado un botín político. La mafia del transporte público (una especie de connubio de trabajadores, seudoempresarios y políticos corruptos), que impone y mantiene colectivos chatarras, inseguridad ambulante, maltrato a los pasajeros y millones que alimentan la maquinaria sádica cuya víctima es el indefenso pasajero. La mafia de los taxistas chatarreros, que se libran de los controles que sí alcanzan a los automóviles de los mortales y comunes ciudadanos. La nueva mafia de los cuidacoches, privatizadores de aceras que avanzan con sus cajones de manzanas y “recibos adelantados” bajo el manto de concejales que juramentan cumplir y hacer cumplir las leyes y ordenanzas. La mafia de los vendedores ambulantes, que bajo pretexto de la “pobreza”, invaden las calles del centro con mercaderías de contrabando, sin pagar impuestos y sirviendo de eslabones para verdaderos empresarios que lucran con este sistema. La mafia de los “sin tierra” y los “sin techo”, que han hecho de reivindicaciones justas un ariete ilegítimo para los negociados de la destrucción de bosques, la explotación de los verdaderos desamparados, y hasta el narcotráfico. La mafia de los pseudosindicatos, que se vuelven empresarios de la necesidad de sus adherentes, extorsionadores de la sociedad, protectores de la haraganería y promotores de la improductividad.

·      Premiando a la mediocridad. Somos expertos en valorar lo perverso si reditúa dinero, celebrar las trampas si arrojan beneficios, premiar a los mediocres si nos generan popularidad. Los morosos reciben facilidades. Los cumplidores, todo el peso de la ley. Los que pagan impuestos forman colas. Los que no, viven campantes. Se proponen más tributos para los que ya pagan. Y para los que evaden, la vista gorda se hace aún más obesa. Queremos nivelar por lo más bajo y destruir al que osa levantar vuelo. Admiramos al mentiroso, al fraudulento y tratamos de “vyro” al honesto. El contrabandista y el corrupto son casi próceres admirados, y los próceres cotidianos que sobreviven con salarios de hambre sin por ello justificar mendicidades o delincuencia, son olvidados y repudiados.

·      La ley del mbareté y el ñembotavy. Con una sociedad consumida por la anomia (en el sentido de degradación de la ley, no de ausencia, porque de sobra tenemos normas), todo esto es alimento para la informalidad, para la ilegalidad, para el desorden, para la indisciplina. Hasta los cuerpos policiales se retroalimentan de corrupción y bandidaje, las coimas son parte de la cotidiana relación entre funcionarios y ciudadanos, y la transgresión no es un símbolo de rebeldía sino extendido recurso cultural para permitir que todo siga igual. Igual de mal. O peor.

No me reclamen, por favor, que mi mirada es pesimista ni me digan que no percibo lo bueno y rescatable del paraguayo. No se trata de eso. Se trata de que debemos darnos cuenta, como sociedad, que el espejo no miente. Que esto es parte de nuestra realidad, pero que se la puede cambiar.

El Bicentenario es pretexto para muchas cosas, entre ellas para mucho gasto superfluo y boludeces colectivas. Ojala evitemos la narcotización de esta celebración y por el contrario sea ella motivo y razón para, vaya paradoja, despojarnos de estas costras culturales que nos anclan en la miseria, que nos aplastan y mantienen en la informalidad y la desfachatez. Despojarnos del fatalismo  de creer que “somos así y así seguiremos siendo”. Despojarnos del infortunio de siglos y asumir la realidad para desde allí empezar el cambio profundo que necesitamos. El cambio que nos haga verdaderamente independientes: libres de toda esta basura “idiosincrática” (si vale el neologismo) que nos impide ser un país en serio.

José María Costa

jueves, 27 de enero de 2011

Ganas de joder a la gente

Lo que voy comentar no es nada nuevo. Es más, tiene años, décadas y quizás siglos de existencia. Se trata de la vocación innata para joder a la gente de la cual hacen gala políticos,  autoridades y funcionarios públicos. Es, vale aclarar, una costumbre generalizada que, como tal, también admite sus excepciones, a las cuales no me voy a referir.

¿Quién no se ha sentido alguna vez “jodido” por estos personajes o por las normas que los mismos aprueban, reglamentan o inventan en medio de sus funciones? ¿Qué ciudadano puede tirar la primera piedra y decir “nunca me he sentido molestado, engañado o denigrado” por el alguno de estos personajes o por la excesiva e innecesaria burocracia en alguna tramitación pública? Pues bien, aquí traigo a colación algunas de estas situaciones, más o menos recientes o actuales, en las cuales exuda la capacidad inacabable de burócratas, políticos, autoridades o funcionarios para joder a la gente.

·      La “autorización por escribanía”. El caso más reciente fue el de la exigencia –ilegal e innecesaria- de la Policía Municipal de Tránsito (antes también encarada por su par la Policía Caminera y la Policía Nacional) de portar una “autorización por escribanía” para la conducción de autovehículos de terceros. Finalmente se comprobó que era una exigencia ilegal.. por lo cual temo que, como las ganas de joder tienen sus cuotas de poder, próximamente algún legislador la vuelva legal.

·      El oneroso “certificado de antecedentes”. Decenas de instituciones públicas te piden el Certificado de Antecedentes Policiales –y en algunos casos incluso el de Antecedentes Judiciales- para cualquier trámite de morondanga. O para apenas tener acceso a participar de un concurso para un empleo público (eso no quiere decir necesariamente ser contratado). El Estado te hace pagar cerca de 15 mil guaraníes en el primer caso, o 50 mil en el segundo, o sumados unos 65 mil, para que el ciudadano le provea al Estado una información que la tiene el Estado! Si esto no es vocación para joder y para recaudar a costa de la gente…

·      Gastos innecesarios para becas destinadas a “jóvenes de escasos recursos”. Sumado a lo anterior, vemos que entre los requisitos de las pomposamente llamadas “Becas del Bicentenario” (hasta en esto seguimos copiando a los argentinos) está también presentar el “Certificados de Antecedentes Policiales (original)”. Pregunta: ¿Y no se trata pio de que los beneficiarios son justamente jóvenes de escasos recursos? ¿Y no se podría aunque sea admitir una copia así no se desprenden de su original? ¿O no se podría poner como exigencia, como alguien sugirió, que si un joven fuera elegido, allí presente su certificado para que le sea acreditada la beca? Pomposamente, Itaipú dice que proveerá incluso dinero para manutención de los chicos, pero al chico pobre le cuesta mucho más esos 15 o 20 mil Gs. del Certificado que lo que a Itaipú solventar los 9 a 10 millones que costaría ese documento para todos los postulantes juntos. O le costaría menos que alguien inteligente elabore unas condiciones de acceso más amplias y menos burocratófilas.

·      “Presentar nota por mesa de entrada”. En cuanta Municipalidad o institución pública que se precie de postular al Premio Mayor a la Burocracia, cuando un ciudadano llama por teléfono para hacer un reclamo le dicen (si llegan a atender el teléfono) “Debe concurrir en horas de oficina y presentar su pedido en Mesa de Entrada”. El “mesadeentradismo” es un recurso desarrollado para desalentar a cualquiera: filas y horas de espera, atención con elevado nivel técnico en materia de desagradibilidad,   respuesta nunca entregada o perdida en el túnel témporo-espacial, etc. ¿Qué le costaría a las instituciones aceptar o vehiculizar reclamos o pedidos por vías tecnológicas más rápidas, eficaces o cómodas? Insisto, me refiero a lo general, no a las excepciones que, por suerte, ya empiezan a verse.

·      Cobrar más a los que ya pagan, para que los que no pagan sigan impunes. La tendencia habitual de toda administración burocrática (a nivel nacional o municipal) es apretar el torniquete impositivo a los pelotudos contribuyentes que ya están pagando sus impuestos, antes que tratar de combatir la evasión y hacer pagar a los evasores. Léase esto en materia de impuestos nacionales o tributos municipales. Cortados por la misma tijera angurrienta que se alimenta, valga paradoja, justamente con el dinero de quienes son sus víctimas.

·      El imperio de lo informal gracias al gobierno municipal. La Municipalidad a la cual los ciudadanos honestos sostienen con sus impuestos abdica de su vocación de servicio para favorecer a las mafias organizadas y monopólicas de taxistas, “cuidacoches”, “ocupas” y demás… Total, ellos constituyen votos organizados para las elecciones, y los ciudadanos contribuyentes no: son apenas cifras en el presupuesto de ingresos.

En fin, para no extenderme tanto, prefiero parar allí. ¿Tiene Ud. algún caso de “ganas de joder” del cual es víctima frecuente en medio de su relación con el omnipotente Estado?

Si lo tiene, o conoce alguno, esperamos conocerlo en esta columna. Si no, ¡felicitaciones! Ud quizás sea uno de los pocos privilegiados que todavía vive en una burbuja aséptica, inmune al burocratismo cruel e innecesario de un Estado manejado muchas veces con alevoso sadismo en contra de la mayoría de los habitantes del país. 


José María Costa