martes, 8 de diciembre de 2009

Café o leche


Maniqueísmo con genes stronistas

“El que no está con nosotros, está contra nosotros”. “Hay que ser café o leche; pero no café con leche”.

¿Quién no recuerda estas expresiones del absolutismo stronista? Eran la síntesis de la “democracia” al estilo tembelo que nos sojuzgó durante casi 4 décadas. Eran la expresión semántica de una filosofía de poder que consistía en considerar enemigo a todo aquél que no pensara igual, y por lo tanto, considerarlo también merecedor de la marginación, la censura, la represión y hasta la muerte, según el grado de “tozudez” o “atrevimiento” demostrado.

Eran los años del pensamiento único, del partido único, de la polka única, de la afiliación única, del líder único… incontrastable, incuestionable e inmarcesible. Eran, también, los años del “para los amigos todo, para los indecisos nada, y para los enemigos el palo”. La dualidad “paraguayos buenos – paraguayos malos” justificaba todo tipo de tropelías contra las personas y sus derechos. Los “buenos” eran quienes doblaban el espinazo y asentían todo; los malos, aquellos que osaban opinar diferente o levantar la voz ante una arbitrariedad del poder absoluto y corrupto.

Durante los 20 años de transición, no me ha sorprendido escuchar a muchos nostálgicos stronistas blandiendo semejantes armas de la intolerancia y el maniqueísmo político. Era lógico suponer que el ADN stronista se mantuviera a través de lustros todavía en las venas abiertas de una política obtusa. Pero hace unos días sí me vi sorprendido, ingrata y tristemente, por haber visto empuñar similares argumentos en un comunicado público que, hubiera esperado, arrojara mayores luces a la vida política (como luces tienen muchos de los que lo firmaron) y no retrotrajeran la memoria colectiva a esa era de oscurantismo a la que ya nos íbamos acostumbrando a no temer.

Lamento que por efecto quizás de una intempestiva reacción tenida ante un provocativo y provocador actor de la política criolla, muchos admirados míos hayan privilegiado la tentación de la respuesta cuasi planfletaria por encima de la serenidad de la razón y la mesura de las palabras. El resultado ha sido un documento que lamentablemente enarbola -quizás hasta no intencionalmente, si me permiten una piadosa duda- discursos abarrotados de postulados mesiánicos e intolerantes. Se me cayeron varios ídolos e ídolas. Muchos tal vez con los pies de barro que el lodazal de la política partidaria –al que adscribieron algunos- termina por empantanar; otros quizás por una malentendida solidaridad de firmas.

Pero volvamos al fondo. El maniqueísmo no es bueno en una sociedad que necesita desprenderse de un pasado sectario y autoritario. Y no podrá hacerlo si se reeditan postulados que aplican el término “bárbaro” simplemente a todo aquél que no piense igual. Stroessner tildaba de “comunista” a quien quería eliminar. En la dictadura, Stroesner tenía el poder formal, sus tentáculos en el poder fáctico, y sus peones en los distintos estamentos sociales, prestos para reprimir a los acusados de “alta traición a la patria”.

En tiempos democráticos –que debe ser en esencia de pluralismo y tolerancia- la prédica de un anticomunismo retrógrado que exhorta a “liquidar al enemigo” es tan peligrosa como los discursos orientados desde el poder (o sus adyacencias, como en la época de los macheteros santanianos) que siembran de “enemigos” y “bárbaros” la república como fase previa, tal vez, a la justificación de una represión a los “que no están con el cambio”.

Stroessner pedía ser café o leche. La democracia debe admitir el café, la leche, y el café con leche por igual, con el mismo respeto y con los mismos derechos. Mal que le pese a la intolerancia láctea e ideológica de algunos.

José María Costa

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