miércoles, 19 de diciembre de 2007

Encuesticidio liberal

Una elección que renueva la fe en el voto

Acribilladas a votos. Así murieron las encuestas y sus respectivas credibilidades ayer. Fue un encuesticidio sorpresivo para muchos, pero presagiable en un país en el que el rigor científico es artículo de lujo y la manipulación es moneda de uso corriente en política.

Las excusas no faltaron. Que los sondeos son “fotografía de un momento y nada más”. Que no son un “arte de adivinación”. Que “la estructura partidaria marca las diferencias”. Son pretextos que no pueden ocultar el sol de una realidad absolutamente alejada de los estudios de opinión electoral divulgados en los días previos a los comicios azules.

No es la primera vez que ocurre. Y probablemente seguirá ocurriendo, pues los medios de comunicación, quienes debían haber sido celosos guardianes de su propia credibilidad, no parecen haber dimensionado el daño que se hacen con encuestas que al final hacen agua por todas partes. Ni parece preocuparles –a ellos ni a los políticos que los usan- el daño que se causa a las bases de la soberanía popular.

En un país en el que se “truchea” todo, hay que ser bastante cautos y responsables para creer, comprar –o peor- publicar encuestas que son todas similares en sus “fichas técnicas” pero nadie sabe con qué estándares de control interno cuentan para sus relevamientos de datos (eso en el caso de que lo hicieren, diría yo). Si hasta el “error probable” famoso del “+ - 5 %” es superado ampliamente por las realidades que pretendieron medir, significa que estamos ante un problema de proporciones.

Encuestocracia en el país del vaí vaínte

Pero, ¿por qué tienen “siete vidas” las encuestas en Paraguay? Sencillamente porque en este país nadie gana ni pierde reputación; hay una cultura del “vaí vaínte” que no promueve la calidad mediática ni el rigor científico; existen medios de comunicación dispuestos a canjear veracidad por espectacularidad; y sobre todo, porque hay y seguirá habiendo políticos que piensan que es más fácil hacer campaña pagando a un encuestador que conquistando votos con carisma, propuestas o coherencia política.

Que tengamos encuestas rigurosas o no, en realidad, no es el problema. Lo que resulta preocupante es el grado de sacralización de las mismas, de la mano de competiciones mediáticas que parecen olvidar que el negocio de la prensa está en su credibilidad. Salvo que algunos medios o periodistas todavía piensen que la curiyú concepcionera es apenas una anécdota para reírse y olvidar.

La prensa en Paraguay es la segunda institución más creíble (todavía lo es, pero así como vamos…) después de la Iglesia. Con ese capital, los medios irrumpen peligrosamente en el escenario electoral de la mano de “tendencias”, “encuestas”, “bocas de urnas” que son esencialmente falibles –y más aún en nuestro caso por lo ya apuntado.

Encuestas y encuestadores, por el hecho de haber sido contratados por tal o cual medio, adquieren automáticamente la certificación de infalibilidad preelectoral. Es decir, son certeros hasta que se pruebe lo contrario. Y solamente con las elecciones puede “probarse lo contrario”, generalmente ya tarde.

Una cosa real y cierta tienen las encuestas: inducen al voto. Y esta es una cualidad que, sumada a la inmoralidad vigente en el escenario político, las convierten en herramientas maquiavélicas de marketing político antes que en un recurso científico de medición de la opinión pública.

Las internas liberales han aportado un mensaje muy importante para nuestra democracia: la fuerza del voto popular. Gane quien gane, parece cursi decirlo pero es sencillamente cierto en esta ocasión, la victoria ya fue de la democracia. Ha sido un domingo de aleccionadora renovación de fe en el voto y de necesaria bofetada para quienes quieren que gobierne la encuestocracia.

José María Costa

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