miércoles, 19 de diciembre de 2007

Presidentes encuestocráticos


Tu voto vale (debería valer) más que una boca de urna

“¡El pueblo se ha expresado!”, dijo Juan Pérez al autoproclamarse nuevo Presidente de la República y Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas. Las “bocas de urnas” de todos los medios de comunicación coincidieron en darle a Pérez, candidato del Partido Divertido, una ventaja “absoluta” de entre 1 y 3,7 % sobre el candidato José González, del Partido Aburrido.

“Este es el triunfo de la democracia!”, dijo Pérez y transmitieron su proclamación todos los canales de televisión que seguían poniendo en teleprinter los resultados de sus respectivos sondeos. Por la magia de la televisión, el ganador extraoficial se convertía en oficial.

Allá en la soledad de la Justicia Electoral, las papeletas electrónicas (un híbrido de urnas y papeletas inventado para evitar el fraude) seguían llegando para tratar de comprobar si los votos eran lo que decían las bocas de urnas. Sudaban los informáticos porque los resultados no coincidían… “¿Qué haremos?”, se preguntaban. “Tranquilos”, decía el supremo presidente del tribunal supremo, “sigamos las tendencias y nadie saldrá herido”.

El candidato perdedor, según los sondeos hechos con 1.200 casos, pedía a voz en cuello que haya “seriedad” y se espere el resultado del escrutinio de los 3.700.000 votos… Nadie le hacía caso. ¿Para qué esperar tanto si ya teníamos Presidente “fast food” autoproclamado y confirmado por la prensa? Purete, ¿verdad?

“Lo dicen los diarios. Lo dice la gente. Pérez Presidente”, repitió el spot televisivo y a renglón seguido, entre flashes y petardos, volvía a aparecer Pérez, quien, en honor a la paz social, anunció que nombraría canciller a su inmediato seguidor. La ventaja era mínima pero “irreversible” según el último “corte” del sondeo propalado por el Canal de la Verdad, que a estas alturas, pasada la hora y media de haber terminado las votaciones, ya volvió a transmitir la final intercontinental de “Votando por un dueño”.

Las empresas encuestadoras pasaron de mefistofélicas a angelicales, o viceversa, según eran los perdedores o los ganadores quienes opinaban. Para los primeros, los perdedores, había un catálogo de excusas (“el aparato influye en un 15 %”; “las encuestas son fotografía de un momento”; “si había una participación de más de 45, 78 % las cifras iban nomás luego a varias”, etc.) Para los segundos, los ganadores, había nuevas variedades de sondeos para ofrecer.

José González, apabullado por el anuncio intempestivo de una supuesta derrota, vio como se le desbandaba su gente que debía quedar en las mesas de votaciones para escrutar los votos. Sus apoderados en el órgano electoral fueron abandonando uno a uno sus puestos. Todos decidían, presionados por la contundencia de las informaciones ir a “sumarse a la victoria” antes que seguir contando. ¿Para qué esperar si lo que vale es lo que dicen los medios?...

Mirando la tele en su casa, cerca ya de medianoche, Don Simón, que a sus 60 fue orgulloso a votar una vez más por su partido, no podía entender qué pasaba. Un canal proclamaba a uno, luego a otro, el otro canal hacía lo mismo, pero en sentido contrario. El candidato “perdedor” del momento pedía calma y seriedad, y a renglón seguido daba resultados “favorables”. El que primero gritó victoria ahora reclamaba contra las bocas de urnas… Uno tercero pedía que se respeten… los resultados de la boca de urna que él contrató. Todos jugaron con fuego y terminaron incendiados.

”En mis tiempos esto no sucedía”, se dijo Don Simón… “Éramos felices sin bocas de urnas ni encuestas, y no lo sabíamos”…

(Crónica de un día de votaciones en Encuestolandia. Cualquier semejanza con un futuro indeseado, es mero pesimismo o tremendo fatalismo)

José María Costa

Encuesticidio liberal

Una elección que renueva la fe en el voto

Acribilladas a votos. Así murieron las encuestas y sus respectivas credibilidades ayer. Fue un encuesticidio sorpresivo para muchos, pero presagiable en un país en el que el rigor científico es artículo de lujo y la manipulación es moneda de uso corriente en política.

Las excusas no faltaron. Que los sondeos son “fotografía de un momento y nada más”. Que no son un “arte de adivinación”. Que “la estructura partidaria marca las diferencias”. Son pretextos que no pueden ocultar el sol de una realidad absolutamente alejada de los estudios de opinión electoral divulgados en los días previos a los comicios azules.

No es la primera vez que ocurre. Y probablemente seguirá ocurriendo, pues los medios de comunicación, quienes debían haber sido celosos guardianes de su propia credibilidad, no parecen haber dimensionado el daño que se hacen con encuestas que al final hacen agua por todas partes. Ni parece preocuparles –a ellos ni a los políticos que los usan- el daño que se causa a las bases de la soberanía popular.

En un país en el que se “truchea” todo, hay que ser bastante cautos y responsables para creer, comprar –o peor- publicar encuestas que son todas similares en sus “fichas técnicas” pero nadie sabe con qué estándares de control interno cuentan para sus relevamientos de datos (eso en el caso de que lo hicieren, diría yo). Si hasta el “error probable” famoso del “+ - 5 %” es superado ampliamente por las realidades que pretendieron medir, significa que estamos ante un problema de proporciones.

Encuestocracia en el país del vaí vaínte

Pero, ¿por qué tienen “siete vidas” las encuestas en Paraguay? Sencillamente porque en este país nadie gana ni pierde reputación; hay una cultura del “vaí vaínte” que no promueve la calidad mediática ni el rigor científico; existen medios de comunicación dispuestos a canjear veracidad por espectacularidad; y sobre todo, porque hay y seguirá habiendo políticos que piensan que es más fácil hacer campaña pagando a un encuestador que conquistando votos con carisma, propuestas o coherencia política.

Que tengamos encuestas rigurosas o no, en realidad, no es el problema. Lo que resulta preocupante es el grado de sacralización de las mismas, de la mano de competiciones mediáticas que parecen olvidar que el negocio de la prensa está en su credibilidad. Salvo que algunos medios o periodistas todavía piensen que la curiyú concepcionera es apenas una anécdota para reírse y olvidar.

La prensa en Paraguay es la segunda institución más creíble (todavía lo es, pero así como vamos…) después de la Iglesia. Con ese capital, los medios irrumpen peligrosamente en el escenario electoral de la mano de “tendencias”, “encuestas”, “bocas de urnas” que son esencialmente falibles –y más aún en nuestro caso por lo ya apuntado.

Encuestas y encuestadores, por el hecho de haber sido contratados por tal o cual medio, adquieren automáticamente la certificación de infalibilidad preelectoral. Es decir, son certeros hasta que se pruebe lo contrario. Y solamente con las elecciones puede “probarse lo contrario”, generalmente ya tarde.

Una cosa real y cierta tienen las encuestas: inducen al voto. Y esta es una cualidad que, sumada a la inmoralidad vigente en el escenario político, las convierten en herramientas maquiavélicas de marketing político antes que en un recurso científico de medición de la opinión pública.

Las internas liberales han aportado un mensaje muy importante para nuestra democracia: la fuerza del voto popular. Gane quien gane, parece cursi decirlo pero es sencillamente cierto en esta ocasión, la victoria ya fue de la democracia. Ha sido un domingo de aleccionadora renovación de fe en el voto y de necesaria bofetada para quienes quieren que gobierne la encuestocracia.

José María Costa

miércoles, 5 de diciembre de 2007

La guerra de las basuras



La política que sigue reciclando pobreza

La amenaza puede resultar anecdótica: un grupo organizado de “gancheros” (trabajadores el vertedero municipal Cateura) ha decidido llevar adelante una protesta cerrando el acceso a dicho vertedero a los camiones recolectores de la Municipalidad de Asunción. ¿El motivo? Reclamar que el personal que trabaja en dichos camiones no les haga “competencia” guardando por el camino los productos reciclados que ellos esperan con paciencia y ganchos en mano en el vertedero. Lo que faltaba: tenemos en puertas una “guerra de pobres” por las migajas de basuras.
No es la primera vez que sucede, pero déjenme poner este hecho en un contexto más amplio. Hace unos días, el Gobierno se rasgó las vestiduras porque un representante de un organismo internacional (la FAO, específicamente) se mandó una “pifiada” diciendo que el nivel de pobreza era del 44%, cuando que las cifras oficiales actuales muestran que la misma se ha reducido al 38%.

Admito que las cifras oficiales parecen mostrar un avance, pero ¿se puede vanagloriar alguien de dichas estadísticas?... Pues, para quien tenga la osadía de hacerlo, allí tenemos el ejemplo de Cateura. La pobreza muestra su rostro de marginalidad y desesperación: una “guerra entre pobres” se desata por la propiedad de la basura.

En medio de la anécdota, y escuchando a los protagonistas de tan singular batalla, aprendí que el panorama de la basura como fuente de trabajo (pretencioso por demás el concepto) incluye a varias categorías de “empleo”. Están los “gancheros de Cateura”, los “recicladores” a domicilio (esos que desarrollaron la destreza de abrir las bolsas negras, hurgar en ellas y dejarlas de nuevo en sus sitios), los “botelleros” especializados, los “recicladores” de baterías, restos de bronce, cobre, etc.

Viene al caso, al respecto, señalar que este rubro, desprovisto de marcos legales adecuados puede derivar en la facilitación de actividades delictivas (el robo de cables de cobre y otros en la vía pública o en casas) o en la generación de violencias de consecuencias imprevisibles (como el caso de las confrontaciones entre gancheros y recolectores, o, quién no pueda prever, batallas callejeras entre grupos de recicladores).

Generar empleo, el verdadero desafío

El reciclaje puede ser una fuente de ingresos pero convertirlo en un medio de combate contra la pobreza, o peor, permitir que sea un motivo de peleas entre los pobres, señalan poco menos que el fracaso de la sociedad y el Estado como articuladores del bienestar social. Esos “fantasmas” de la noche que recorren las calles en busca de plásticos, aluminio y cartones, son la revelación de la derrota de una política que no produce empleo, que no produce futuro, sino apenas escarba en la basura para “aguantar”.

Mucho que hablar puede dar el tema. Pero creo pertinente insistir en el punto central. Si la pobreza en nuestras ciudades se manifiesta con “guerras” por la propiedad de la basura, algo está mal… más allá de que las estadísticas “pifien” por 4 o 6 puntos porcentuales. La pobreza no se combate reciclando datos ni basuras. Se combate generando empleo para la gente.

José María Costa