martes, 18 de marzo de 2008

El ojo del amo engorda la urna


¿Quiénes deben asegurar la transparencia electoral?


Un hombre puede ser honesto naturalmente. Pero lo es más cuando sabe que lo controlan.

Se ha desatado ya la seguidilla de acusaciones, contra-acusaciones, escepticismos, sospechas, cargos y descargos respecto a la transparencia de las próximas elecciones nacionales. Resulta lógico todo ello: en un país con un bajísimo nivel de confianza en las instituciones públicas, por qué habría de haber quedado fuera del “paquete” la Justicia Electoral. Aunque su hándicap en materia de credibilidad haya sido bastante fuera de lo común en los últimos años, ahora afronta problemas reales de credibilidad debido a varias disposiciones de sus autoridades que, por decir lo menos gravoso, huelen “raro”.

El 20 de abril no sólo se escrutarán votos ciudadanos sino tendremos una de las mayores pruebas de la democracia política desde la caída de la dictadura. Nunca antes, como ahora, había aparecido de manera tan persistente y convincente en el escenario político la posibilidad de una alternancia de partidos en el gobierno central del Estado. No estamos hablando de la “intención” que en muchas ocasiones demostraron sectores políticos opositores para romper con la hegemonía del Partido Colorado, sino de que en esta ocasión, hablando lo más objetivamente posible, aparece una conjunción de elementos que hacen más sustentable esa “intención”, aunque, debemos decirlo también, no aseguran alcanzar el objetivo.

Responsabilidad de unos y otros

Por todo esto, es fundamental que la transparencia sea total en el ámbito electoral. Y aquí no se puede decir, como sostuvo uno de los miembros del Superior Tribunal de Justicia Electoral, que se trata de que “cada quien” se ocupe de “cuidar” sus votos a través de los miembros y veedores de mesas. Es cierto que la base del sistema legal electoral está en el “mutuo control”, pero si las propias autoridades no son capaces de asegurar y proveer transparencia –más allá de los controles establecidos por los representantes de los partidos, ¿para qué están?.

Pero también debemos convenir que la transparencia electoral no sólo es responsabilidad de las autoridades sino una construcción colectiva que requiere de la participación de todos. El ojo del amo engorda el ganado y el de los votantes asegura el respeto a la voluntad popular. Este es el momento en que los partidos, alianzas, candidaturas y movimientos que desde la oposición están pujando por el cambio de la realidad asuman con responsabilidad que si no se organizan y preparan correctamente pueden convertirse en “idiotas útiles” de un montaje electoral que puede dar cabida al fraude.

No está mal acusar, protestar y advertir sobre las artimañas o los manejos poco claros del adversario. Pero también hay que ser proactivos y eficaces en el control.
Recuerdo que en las primeras elecciones de la época transicional un operativo conjunto de partidos, movimientos sociales y organizaciones no gubernamentales generó un alto grado de confiabilidad en los resultados a partir de un control que se preparó con varios meses de antelación y utilizó una red impresionante de fiscalizadores y veedores no contaminados con las corruptelas internas del partidismo prebendario.

Hoy día, da la impresión que todo comienza y acaba con la protesta… Hay algunos intentos de parte de sectores específicos, pero la balcanización de dichos esfuerzos los hace débiles ante las mañas y las “picardías” que se tejen usualmente de manera sistematizada en las elecciones… No olvidemos que, como dijera cierto reconocido filósofo del republicanismo, para ciertos sectores el “grito de guerra” electoral sigue siendo “ña trampeáta lo mitá”.


José María Costa

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