lunes, 1 de diciembre de 2008

Comunicación siglo XXI


Pilares para una sociedad efectivamente democrática

No basta con anunciar la transparencia ni prometer que se acabará el secretismo. Las buenas intenciones por sí solas no bastan para fortalecer la democracia. A lo sumo, si no cuajan en planes claros y acciones concretas, terminan pavimentando el camino a la frustración. El actual gobierno, con una mochila cargada de buenas expectativas y reverdecidas esperanzas, tiene ante sí el desafío de no frustrarlas y abrir muchos caminos que hasta ahora permanecieron intransitados. Uno de ellos es el de una política nacional de comunicación que sea debatida y proyectada con sentido altamente profesional, democrático, participativo y patriótico. Por ello resulta oportuno que se proponga el debate, siempre y cuando el mismo no sea una simple fachada para recetas pre-elaboradas o consignas dogmáticas pseudo-tropicalizadas bajo intereses sectarios o excluyentes.

Desde la caída de la dictadura stronista y con el impulso de la Constitución del 92, Paraguay ha avanzado mucho en materia de libertad de expresión y de prensa. Sin embargo, no siempre es suficiente y a esta altura ya es imprescindible encarar nuevos desafíos en torno al tema. En materia de comunicación e información, hay pilares que deben fortalecerse, o construirse otros, para que esta democracia se afiance y resulte eficaz para el bienestar de la gente. Sin pretender ser exhaustivos, podemos apuntar algunos de esos pilares:

Acceso a la información pública. Lo avanzado en esto todavía resulta una excepción frente a la regla de una cultura del secreto enraizada en las instituciones públicas y en los hombres que las dirigen. Los avances todavía deben consolidarse. Y sobre todo, deben pasar del formalismo al verdadero compromiso por la transparencia en la función pública. Unidades de transparencia en ministerios o entes no son suficientes, cuando las trabas a la información y al acceso persisten en forma de irracionalidades burocráticas o desorden y hasta caos en los registros y archivos institucionales. Nos debemos como sociedad una legislación clara al respecto, pero sabemos también que ella no será suficiente si no cambian los hombres, las costumbres y la cultura.

Pluralismo informativo y acceso amplio al sistema de medios. El sentido “liberal” de la libertad de prensa no es suficiente cuando la sociedad mayoritaria se siente excluida de los medios, del acceso a su propiedad o del tratamiento de la información. No se pregona la confiscación ni la “ocupación”, sino una democratización en el acceso a la propiedad y explotación en el sistema mediático que, ¡ojo!, no derive en el extremo opuesto de la anulación de la iniciativa privada por parte de un “paternalismo” estatal. El pluralismo informativo, finalmente, debe reflejarse en normas que eviten la concentración en la propiedad de los medios, un derecho reivindicado por sociedades verdaderamente democráticas.

Alfabetización mediática para la libertad real. La verdadera libertad se ejerce con conocimiento. La ignorancia perpetúa la dependencia y el sojuzgamiento. Una política comunicacional que pretenda ser puntal de una sociedad democrática debe ocuparse de la alfabetización mediática de las personas para evitar que la dictadura mediática imprima dogmas o “construya” opinión pública en base a la manipulación. No más “verdades puras” dichas en base al rating. No más campañas políticas o intereses económicos ocultos tras arteras manipulaciones periodísticas. Comprender el lenguaje y las tretas mediáticas ayudará a tener comunidades más independientes y críticas. Lo contrario será perpetuar el imperialismo comunicacional, quizás con diferentes colores o ideologías, pero básicamente similares en su esencia de dominación y opresión.

Comunicación que valore la interculturalidad y promueva el desarrollo y la convivencia democrática. La comunicación no es simplemente una técnica, sino una actividad profundamente humana que encierra valores consustanciales a la persona. Si se la vacía de contenido, puede ser herramienta para la dominación y el caos. El derecho humano a la comunicación tiene sentido en la medida en que contribuya al bienestar de la persona y su comunidad, comprendiendo y abarcando las diversas culturas que coexisten en un mismo territorio. Esto va más allá de la explotación comercial, los avatares tecnológicos o las discusiones sobre formatos televisivos digitales. Todo esto, si se vacía de la esencia de la comunicación como un derecho humano fundamental y universal, pierde sentido y puede volverse en contra del hombre y sus expectativas como ser social.

El “Foro Nacional de Comunicación” que se realiza en estos días tal vez no de respuestas a todos los desafíos sobre el tema, pero ojalá se constituya en un espacio inicial verdaderamente democrático, pluralista y racional para iniciar discusiones más esenciales sobre una problemática poco abordada en profundidad hasta ahora.

José María Costa

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