jueves, 19 de agosto de 2010

Fuerzas Desarmadas



Comparativamente, el robo de un fusil no es nada…. Comparativamente, el asalto a un cuartel o a un puesto militar no es nada… Lo peor es presenciar que se esté desarmando a las Fuerzas Armadas de los valores que deben blindarla en la democracia: la institucionalidad, la disciplina y la eficiencia.

Los paraguayos y paraguayas ya no podemos seguir permitiendo que comandantes pusilánimes, politicastros sectarios de ideologías trasnochadas y ministros timoratos sigan hipotecando o prostituyendo la institucionalidad de las Fuerzas Armadas de la Nación.

Crónicas de robos y desapariciones

No es nuevo esto del hurto de armas de las Fuerzas Armadas. Muchos recordarán las andanzas del Tte. Cnel Enrique Sarubbi, condenado en el 2004 por la Justicia Militar a 5 años de prisión por el robo de una ametralladora .50 antiaérea. Cuando eso, ya había una larga lista de “desapariciones” de armamentos, la que pasó a engrosarse cada año hasta llegar a los últimos notorios casos en el ámbito policial y este reciente del asalto y robo en el Comando del Ejército.

Así que estamos ante un mal crónico, pero aún más agravado por una serie de sucesos desafortunados y altamente destructivos para la institucionalidad militar.
La dictadura de Stroesner había pisoteado la institucionalidad militar al punto más degradado de su historia. El golpe de febrero de 1989 y la consiguiente apertura democrática provocaron una lenta, pero llamativamente sostenida reinstitucionalización de las Fuerzas Armadas. Ha sido ésta una de las entidades estatales que logró más sorprendentemente desarrollar un proceso de madurez y adecuación al sistema republicano y democrático. La asunción del primer civil como Presidente de la República en 1993 fue un hito, y la resolución institucional ante las posteriores intentonas golpistas fueron también claves para esa adultez militar.

Cuarteles desarmados y politizados

La realización en mayo del 2009 del II Campamento de Jóvenes Latinoamericanos por el Cambio, evento de innegable corte izquierdista, es decir ideológico-partidario, en el Comando de Ingeniería del Ejército fue, en cambio, el hito re-inaugural de la bancarrota moral e institucional para las Fuerzas Armadas.

Permitido por Fernando Lugo, avalado por Bareiro Spaini y pagado con dinero (cuando no) del Estado paraguayo, el evento recuperó para la historia militar paraguaya la mancha sectaria y fascista que Alfredo Stroessner había llevado a su plenitud. Este polémico y desubicado uso de un cuartel militar y rubros del Estado para fines sectarios, del cual son principales responsables el Presidente Lugo y su predilecto ministro de Defensa, ha sido una expresión del cambio, para atrás, sin duda.

Desde entonces, la desmoralización ha ido “in crescendo”. La quiebra moral no es sino una consecuencia de posturas ladinas de algunos, y timoratas de otros. Un Comandante en Jefe que deja sometido a sus comandados al escarnio público, que los vuelve esclavos de los humores o vaivenes politiqueros, no hace sino retrotraer a la institución militar a sus peores momentos históricos. Y un ministro de Defensa que desoye a la institucionalidad republicana al evadir (¿por miedo será?) las convocatorias parlamentarias no hace sino revivir el eje de aquélla sentencia stronista de que el militar debe estar “por encima de los civilachos”.

Las Fuerzas desarmadas de nuestra Nación deben ser rescatadas. Importa, es cierto, recuperar las armas robadas, castigar a los culpables y preservar los cuarteles de más despojos. Pero aún más importa evitar el desangramiento moral y el latrocinio institucional que están cometiendo algunos desde despachos lujosos e intenciones podridas.

José María Costa

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