jueves, 30 de abril de 2009

El más peor, consuelo de luguistas




¿Ahora debemos contentarnos con que “Stroessner era peor”?

Indigna ver cómo se defiende lo indefendible. Pero aún más, cuando dicha defensa parte de quienes han sostenido históricamente banderas democráticas contra la corrupción, el engaño y la mentira pública como instrumentos de poder.

La paternidad (o paternidades, según van pasando los días) irresponsable de Lugo ha dejado el amargo sabor del engaño y la traición de parte de una persona que se escudó en la credibilidad pública de la Iglesia y en la mentira privada de su vida para proyectar una imagen de irreprochabilidad pública. Y por si faltaba mayor desparpajo en el culebrón presidencial, aparecieron los defensores de lo indefendible con discursos que sumaron bofetadas a la inteligencia de la gente.

Una diputada lo defendió diciendo que Stroessner hacía peores cosas… Varios analistas políticos y “opinólogos” todavía encantados por el brillo del poder echaron mano a que “peores cosas” han sucedido en la historia del país como para ocuparse de una “cuestión privada” (¡¡??). Alguno quiso relativizar la traición de Lugo señalando que hasta Hitler tenía una vida privada impecable pero fue el mayor genocida de la historia moderna. Y hubo quienes reclamaron que había cuestiones “más importantes” por discutir “por el bien del país”. Como si fuera que el engaño público y la violación de derechos humanos básicos por parte del Presidente de la República fueran “cosas privadas” o no “tuvieran importancia”.
¿Tan alienados nos dejaron las décadas de incultura política promovida por el estronismo? ¿Tan poco racionales puede volvernos el fanatismo y esa tradición del “kele’e” politiquero? ¿Tan poco valemos como ciudadanos que debemos seguir pensando que “lo menos malo” es la “mejor opción” y no nos animamos a reclamar con firmeza la honestidad y la transparencia a los depositarios del mandato popular?

Quienes dieron dimensión amarillesca al escándalo presidencial sabrán por qué lo hicieron. Y quienes quisieron escudar en ello la decepción –no asumida públicamente- del fracaso del portaestandarte de la moralidad y la honestidad en la política, también sabrán qué grado de responsabilidad deberán asumir si a la presente se van sumando otras traiciones y deshonestidades presidenciales. Lo cual quizás ni siquiera los profesionales “justificadores” estén tan seguros de que no vayan a aparecer.
La ciudadanía no merece el engaño ni la traición. Lugo dijo “su verdad” después de haber sido presionado… pero ya nadie puede asegurar, con la experiencia ocurrida, que ésta sea “toda la verdad”. ¿Cuánta basura aún puede estar oculta bajo la alfombra? ¿O bajo la sotana colgada? ¿Y quiénes de sus colaboradores y sostenedores son o han sido cómplices en este encubrimiento que se aprovechó de la credibilidad ciudadana?

Definitivamente, el escándalo ha sido –y parece que seguirá siendo- mayúsculo e internacional. Un culebrón que se fraguó única y exclusivamente porque a una persona, que no midió la consecuencia de sus actos, no le importó el sufrimiento de mujeres e hijos, ni haberlos desamparado por años, ni haber incumplido sus deberes de padre, ni haber violado los derechos humanos básicos de mujeres y niños, ni haber faltado a sus promesas episcopales. Y esa persona es Presidente de la República. ¿Todavía alguien puede invocar que esto no es importante o es “algo privado”?...

Por el bien de Lugo, por el bien del proceso político, por el bien del Paraguay –como diría alguno- sería recomendable que haya más racionalidad y menos fanatismo en los círculos del poder. Y también en los círculos de los encandilados por el poder.

José María Costa

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