jueves, 18 de septiembre de 2014



Ley postergada, ley conquistada

Finalmente, se promulga la ley más postergada de la transición. El día elegido es el 18 de septiembre en un acto poco habitual para una promulgación, pero bien simbólico. No es casualidad que esta ley tanto tiempo pospuesta sea la ley de acceso a la información pública, la ley de transparencia gubernamental. 





La herencia de la opacidad y la corrupción no solo tiñe el pasado sino aún destiñe el presente democrático que pretendemos forjar. Esta ley trae una misión fundamental en sus alforjas: devolver al ciudadano el señorío sobre la información pública, su control sobre la acción de sus mandatarios, su protagonismo sobre la construcción de la sociedad…

Hay reconocimientos que formular y desconocimientos que lamentar en este largo proceso de 22 años desde que la Constitución Nacional garantizó el derecho y ordenó una ley reglamentaria. Sociedad civil organizada, periodistas y actores políticos convencidos –pocos, pero suficientes- pudieron mantener la bandera erguida hasta alcanzar la conquista en medio de un tsunami de la transparencia que tuvo el necesario y contundente protagonismo ciudadano el año pasado apenas inaugurado el nuevo período gubernamental. 

Un primer intento en el 2001 terminado en un Frankenstein legislativo, dos amagues más en medio con indignantes traiciones de “opositores progresistas” y campañas mediáticas en contra, y luego la recta final con no pocos sobresaltos y el oportuno compromiso de varios legisladores que revirtieron la ignominia de corruptelas y secretismos institucionales para llegar a la meta de la ley sancionada y hoy también promulgada. Esa, en breve, es la historia. En el camino, ciudadanía, periodismo racional y una Justicia     históricamente ejemplar aportaron lo suyo para alcanzar la cresta de la ola de transparencia. El Ejecutivo, al principio algo tibio, también sumó su compromiso al inédito proceso.

La ley lograda es la posible, no la perfecta. Pero es la suficiente para remarcar y asegurar el camino de ese protagonismo ciudadano en la conquista (reconquista histórica) de la verdadera soberanía sobre la cosa pública. Los Poderes del Estado tienen ahora mucho compromiso por delante para hacer eficaz esta herramienta complementándola con aquellos elementos que la discusión legislativa, por pragmatismo y realismo político, fue desechando. Entre ellos, la necesidad de una autoridad de aplicación con carácter autónomo y mejores precisiones procedimentales. Faltan cosas en la ley, es cierto, pero está la estructura, el cuerpo principal para ya no permitir que un derecho tan esencial siga siendo letra muerta perdida en el mar de artículos constitucionales de garantías fantasmas espantadas por la falta de voluntad política.

Muchas cosas puede aportar una ley así y su correcta implementación. El Estado debe ponerse al servicio de la gente y organizarse para dar al soberano lo que es suyo: información. La prensa se verá obligada a ser más precisa y eficiente en la investigación. El rumor debe dar paso a la información y eso sí será hacer periodismo. Las instituciones se deberán esforzar en la eficacia. Los políticos inteligentes (¿utopía tal vez?) o simplemente pragmáticos comprenderán que la transparencia es finalmente un buen negocio para sus carreras. 

La ciudadanía tiene un blasón, una herramienta, un arma fundamental. También debe aprender a utilizarla y hacerla eficaz. No hay vuelta atrás en esta carretera de la transparencia. Quien quiera desviarse o retornar, se encontrará con la historia y el escrache. Los políticos tuvieron su propia lección y ahora respetarán un poco más la indignación ciudadana. Las desvergüenzas ya no serán objeto de privilegiados secretos; la luz del mayor desinfectante, el sol (como dijera el juez norteamericano Brandeis) llegará y la sociedad podrá combatir el virus de la opacidad y la corrupción en medio de una realidad política que debe cambiar verdaderamente. La ley cumplirá por todo ello un real “papel higiénico” como el simbolizado en aquella marcha del 15NPy.

Es cierto, la ley no lo es todo. Pero es un aporte sustancial para esta reconquista esencial: la de la soberanía del ciudadano y la transparencia de la democracia. 




José María Costa






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