martes, 24 de junio de 2008

El imperio de la extorsión


Cuando el chantaje sustituye al Derecho

Los “sintechos” dividen en dos el centro de la capital con un muro humano que no rompen ni las publicidades de celulares ni policías ni fiscales inundados de venalidad y displicencia. Universitarios cierran rutas y calles para lograr medio pasaje en el transporte público. Campesinos invaden tierras ajenas para reclamar su derecho a la tierra propia. Otros piden expropiación sobre tierras que incluso fueron propias pero se las vendieron al mejor sojero postor. Periodistas le impiden el paso al presidente electo para extraerle unas declaraciones que, aunque sea un hombre público, tiene incluso derecho a no realizar.

Un presidente que extorsionó y “pulverizó” una Corte –con firme e ingenuo apoyo opositor- y obtuvo la venia constitucional para candidatarse a senador, amenaza con el caos si no lo dejan renunciar. Los que hace unos meses querían que se fuera, ahora no quieren que renuncie y vituperan contra la Corte que ayudaron a establecer. Y acusan de “sometida” a la Corte cuya independencia se han encargado de aniquilar en complicidad con el propio mandatario renunciante. Quienes ayer se rasgaron las vestiduras por el método “galarvenista” de retrasar por vendetta el juramento de un senador oviedista hoy siguen cual aventajados discípulos los pasos del sancionado senador para ejercer su propio derecho a la venganza. Y para completar el panorama –unido por el hilo conductor del chantaje y la sinrazón- reclusos del penal “modelo” se amotinan y consiguen revertir todas las medidas de seguridad del penal extorsionando no ya mediante celulares ni mensajes de texto, sino en persona y ante cámaras de TV.

¿Por qué se enseñorean e institucionalizan la extorsión y el chantaje en una sociedad? ¿Los fines justifican el medio violento y coactivo? Este estado de cosas es síntoma de una enfermedad grave que aqueja a nuestra sociedad y cuyas causas no tienen color ni partido, sino un arco iris de expresiones en nuestra clase política. Es la anomia (carencia de normas, de leyes, o degradación de las existentes) llevada a su máxima potencia por políticos populistas y dirigentes demagogos.

Si no se restituye en el país el imperio de la ley, si no se reivindica a la ley por encima de la fuerza, si no reinstalamos el concepto de la convivencia basada en la legalidad y el respeto a las normas, el futuro de nuestra vida social estará signado por la prepotencia y la barbarie. La humanidad inventó el derecho y la ley como una manera de poner coto a los poderosos, como una forma de frenar la arbitrariedad y el imperio de la fuerza. En pleno siglo veintiuno, en Paraguay, sin embargo, queremos destronar este sistema y acomodarlo a las apetencias y mezquindades de los poderosos de turno. Poderosos que poseen la fuerza de sus movilizaciones chantajistas, poderosos que repiten de este lado las aplanadoras parlamentarias que ayer estuvieron del otro lado para imponer la sinrazón, poderosos que se “cagan” en los derechos de terceros para hacer valer sus derechos, primero, y después enarbolan impúdicamente las banderas de la igualdad y la libertad.

¿Hacia dónde vamos así?... Si esto no cambia, creo que vamos rápida y sostenidamente, hacia el país de la anarquía y la prepotencia.

El ciudadano común, ese que no tiene patotas ni bancadas para imponer sus caprichos, sólo tiene la ley para reclamar sus derechos. Si la ley no se impone sobre las hordas, no habrá cambio real. Y la esperanza quedará una vez más sepultada bajo las catervas de aprovechadores, oportunistas y demagogos.

José María Costa

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