martes, 28 de julio de 2009

Incoherencias que matan la esperanza
















La incoherencia en la gestión pública es muy dañina. Y en nuestra situación particular, las incoherencias en las que va cayendo sostenidamente el gobierno son aún más, pues están minando el capital más importante que tiene el mismo: el capital constituido por la credibilidad y la esperanza.

Lo ocurrido en estos días con el caso del embajador nombrado ante el gobierno chileno es un eslabón más en la cadena de incongruencias del gobierno. Y se suma a otras no menos evidentes.

No se puede hablar de “moralizar la política y el manejo de la gestión pública” y elegir representantes diplomáticos cuya vida privada hacen avergonzar a propios y extraños. Y menos aún, dejar “librada” a una consulta con las autoridades chilenas la posibilidad de permanencia o no de dicho embajador como representante del pueblo y el gobierno de la República del Paraguay. La soberanía y autodeterminación en las decisiones para el manejo diplomático están, al parecer, dejadas en el trasto. Y todo porque falta valentía –por no decir sobra cobardía- para adoptar determinaciones ejemplificadoras cuando de amigos y correligionarios se trata.

No se puede ir proclamando la “soberanía energética” para hacer reclamos institucionales a Brasil, mientras se endeuda hasta la coronilla, hasta el punto de la hipoteca, a PETROPAR en manos de la chavista PDVSA. Si el “imperialismo yanqui” expoliador y explotador es deleznable, si los pingües beneficios obtenidos por Brasil por el tratado de itaipú son criticables, para algunos parece que el imperialismo chavista no lo es. Y hasta hay que apoyarlo en una actitud casi masoquista.
No se puede hablar de defensa estricta de la soberanía territorial y se permite la incursión impune de militares bolivianos a territorio chaqueño para aprehender ilegalmente a un compatriota. Bastó la mentira inicial de Evo, el “amigo”, para que Lugo creyera en él y descreyera de los informes que nuestras fuerzas armadas (las que él comanda) brindaban sobre dicha incursión. Esta vez, la palabra de un “bolivariano amigo” valió más que mil leyes o informes militares. Y así le fue: militares bolivianos violando la soberanía territorial, un paraguayo detenido ilegalmente, otro desaparecido tras los disparos de los invasores, y ninguna protesta diplomática siquiera.

No se puede anunciar que “dure poco o dure mucho, bajo nuestro gobierno los indígenas vivirán bien”, y conformarse con actos protocolares mediáticos, con danzas y fotos para la posteridad, mientras se juega con la esperanza de indígenas que recibieron la promesa de ser atendidos en sus reclamos y ni si quiera son atendidos en su estado de mendicidad y precariedad por las plazas asuncenas. El pecado original de haber nombrado a una indígena al frente de un órgano de administración estatal (con el consecuente riesgo de tensiones tribales) fue solamente superado luego por los pecados de haber propuesto una “consulta popular” (letanía sin fin) para que los propios nativos elijan a sus representantes y luego haber desconocido el producto de dicha elección. Como en otros ámbitos, los indígenas son víctimas de la improvisación, la falta de rumbo y la incapacidad de asumir compromisos reales por parte del gobierno.

Las incongruencias son el camino perfecto para la desesperanza y el descreimiento. Si el gobierno quiere evitar un deterioro que terminará afectando a su gestión, debería hacer un esfuerzo permanente y comprometido para no caer más en ellas. Más aún cuando aquellas son condimentadas por evidencias frecuentes –y hasta admitidas- de lentitud, ineficacia y falta de planificación.

José María Costa

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