martes, 7 de julio de 2009

Desde las honduras de la democracia


Cuando la democracia está en peligro o bajo amenaza, no se la defiende con recetas autocráticas. Se la defiende y preserva con más democracia. Extremando sus postulados y haciendo plenamente vigente el Estado de Derecho. Si alguien atenta contra la institucionalidad de la República, la respuesta debe ser desde esa misma institucionalidad y reforzando su vigencia, y no resquebrajando los cimientos republicanos.

Viene a colación esto por la lamentable situación que envuelve a Honduras, allá en Centroamérica donde, de un día para otro de la historia parece haber retrocedido al menos tres décadas. Pero la ocasión sirve también para reflexionar respecto de los riesgos implícitos en el sistema democrático.

Una parte del escenario hondureño se ha construido con los afanes políticos de un presidente que, si bien accedió al poder mediante el voto democrático, ha dejado evidencias de haber caído en la tentación de la autocracia que no pocas veces ha emborrachado a líderes de la nueva hornada latinoamericana. Sin embargo, aún cuando en el marco de esos afanes haya promovido una consulta popular explícitamente declarada inconstitucional, la reacción deseable hubiera sido el enfrentamiento en el terreno de lo jurídico.

La ilegalidad no se combate con ilegalidad sino con justicia y con acciones claramente institucionales. El abandono de los cánones democráticos por parte de líderes que acceden al poder legítimamente pero en el ejercicio del mismo pierden legitimidad, no es suficiente razón para que se contribuya a resquebrajar aún más los pilares que sostienen el sistema republicano y democrático. De lo contrario, estaríamos habilitando como sociedad la persecución del delito a través de los mismos recursos ilegítimos e ilegales que utiliza el delincuente.

En nuestro continente, hay una corriente de populismo con carácter mesiánico que otrora ostentaran casi con exclusividad los caudillos de uniforme y charretera. Varios de esos nuevos liderazgos populistas, aunque con origen legítimo y democrático, han demostrado su afición por transitar en la cornisa entre la constitucionalidad o no de sus propios actos en ese afán permanente de acumulación de poder.
Por eso, lo que está ocurriendo en Honduras debe ser un fuerte llamado a la reflexión y un toque de atención para todos. Para los gobernantes realmente democráticos, a fin de que reivindiquen y refuercen los principios de institucionalidad y legalidad. Para los gobernantes que pretenden erigirse en mesiánicos autócratas, para que sepan que el ejercicio irresponsable del poder es un delito contra la institucionalidad y contra los derechos de la gente. Para los gobernados, para no dejarse llevar por cantos de sirena, ni populistas ni autoritarios.

Y finalmente, para la conciencia cívica de nuestras naciones, a fin de reafirmar que el avance en nuestras democracias regionales depende no de falsos mesías ni de líderes iluminados, del color y la ideología que fueren, sino de la participación activa para defender siempre a la democracia con más democracia y no con recetas autoritarias y autocráticas, que de anacrónicas ya debieron haber desaparecido pero allí están, lamentablemente, todavía escondidas a la espera de ser inoculadas ante el menor descuido de la sociedad.

José María Costa

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